-Buenos días, ¿Aleida?
-Sí, soy yo
-Le llamamos del Hospital de Móstoles. El próximo
viernes tienes que estar en admisión a las 8 de la mañana. Le ingresan para
hacerle la biopsia. Antes tiene que pasar por analítica.
Ha ido más rápido de lo que pensaba. El urólogo me
había comentado que tardaría unos 15 días, pero el Dr. Beltrán, mi internista,
está encima de ellos para que aceleren. Al final la espera se ha quedado en 7
días. Me gusta el Dr. Beltrán. Es especial, de esos que con su actitud y
dedicación engrandecen la medicina. Se
ha saltado el protocolo varias veces para agilizar el diagnóstico y me llama
por teléfono para informarme y asegurarse de que tengo bien apuntadas las
citas. Me ha dado hasta su móvil por si tengo alguna duda. “Tú tranquila, que
cuando yo no quiero que me molesten lo apago”. Su mirada limpia, su voz serena y la forma tan
cálida de ponerme la mano en el hombro son como un bálsamo en medio de esta
tormenta.
El primer
urólogo que visité unos días atrás es en cambio, de esos que deshumanizan su
profesión. Nada más entrar en la consulta para que me diera los resultados del
TAC va y me suelta, así, de sopetón: “pues
siento ser tan directo, pero alguien te lo tiene que decir. El tumor del riñón
tiene 4 cm, y hay metástasis en el hígado. Además tienes el tórax lleno de
ganglios que parecen que vienen de ahí. Esto tiene mala pinta”. Sí señor: directo
fue. “Usted tranquilo Doctor, si es así, pues a ver, me lo tendrá que decir”,
le digo mientras me mira con cara de pez, probablemente porque esperaba otra
reacción.
Cuando salgo
de la consulta sólo puedo pensar en cómo te lo voy a decir. De repente ya no me
siento tan fuerte y me empiezan a temblar las piernas Tengo 36 años y un cáncer
que se está extendiendo. Mi cara debe ser un espejo porque nada más verme veo
el pánico en tus ojos.
-¿Que pasa mi amor?- Me susurras mientras me envuelves, pero no
puedo contestarte. No hace falta. Ya lo sabes, me has mirado y ya lo sabes.
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