martes, 11 de febrero de 2014

Cuenta Atrás



El plan B no está funcionando. O eso es al menos lo que dicen mis análisis. Ya han pasado tres meses desde que decidí no darme la quimio, o lo que es lo mismo 90 días. Doce semanas de dieta estricta, terapia psicológica, ejercicios de relajación y sesiones de reflexología.  El caso es que más allá de los dolores que de vez en cuando se empeñan en no dejarme en paz, yo me encuentro como una rosa.
Hasta que voy a ver mi oncólogo y me da sin anestesia los resultados de las últimas: “Malas noticias Aleida: los marcadores tumorales se han triplicado, tienes el hígado peor  y un ganglio en la base del cuello. Además el cáncer se ha extendido a los ovarios. Ya sé que dices que te encuentras bien, pero el caso es que estás peor y no lo quieres reconocer. Esto ha venido a por ti y no va parar por sí solo. Si sigues sin hacer nada… yo no soy adivino… pero estaríamos hablando de un año como mucho. No tenemos más tiempo.  Así que te vas a tratar sí o sí: empezamos el día 19 de este mes”. Salgo de la consulta intentando encajar el golpe y, ante el estupor del médico, sin prometerle nada, salvo que me lo pensaré.
Desde que he empezado este camino es la primera vez que me encuentro en un túnel sin salida. Si me doy la quimio pasaré el tiempo que me queda hecha un trapo; si no me la doy, todo irá más rápido y los dolores cada vez irán a más sin dejarme hacer mi vida. Haga lo que haga estoy jodida.
Es curioso, pero la muerte, que ahora se hace más presente no es lo que más me angustia. Es la terrible sensación de soledad la que me pesa como una losa. Nunca he tenido tanto apoyo de toda mi gente como lo estoy teniendo  ahora  y sin embargo nunca me he sentido tan sola. Es como si estuviera atrapada dentro de una cueva oscura donde no hay nadie más.  Me da que tengo mucho trabajo por delante con la psicóloga.
Carol parece haberse dado  cuenta  exactamente de cómo me siento y ha venido a verme esta tarde. El primer whastapp que me ha entrado nada más salir del oncólogo ha sido el suyo. Da igual lo que me pase, siempre está ahí, pendiente; y nunca falla. Hay muchas cosas que sólo le puedo contar a ella, y aun así me corto porque le hago daño. No me lo dice pero sé que está muy asustada.
-¿Sabes lo que no paro de pensar? -le confieso después de ponerla al día-que yo no he perdido a nadie tía, salvo a mi abuelo cuando tenía 4 años, y sí, estábamos muy unidos y me quería mucho, pero apenas le recuerdo.  Nadie me va estar esperando cuando me muera, voy a estar más sola que la una, y muy perdida.
- ¿Estás tonta o qué? Ni se te ocurra pensar eso Ale….- me riñe mientras me pasa el brazo por el hombro.  – No puedes pensar en que te vas a morir pronto porque entonces lo único que vas a conseguir es adelantarlo. Además, todos, más tarde o más temprano nos vamos a ir. ¿Quién sabe a quién le va a tocar primero? Si te vas tú antes… ¡¡¡pues oye, nos vas calentando la casa a los demás!!
Casi sin darnos cuenta pasamos del drama a la comedia – Pues lo lleváis claro, ¡con lo bien que se me da a mí poner la chimenea! Acuérdate el año pasado, que gasté todas las pastillas esas que huelen a gasolina y no había manera de encender los troncos.
Entre risas nos pusimos a recordar la última escapada rural en la que una vez más constatamos lo poco hecha que estoy para el campo y lo bien que se me da contar historias de miedo; tanto que luego me tuvo que acompañar al baño porque era incapaz de ir sola.
-Eso sí – me advierte medio en broma medio en serio – si te vas tú antes que los demás, ni se te ocurra aparecerte como fantasma, que yo me cago tía.

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