sábado, 28 de marzo de 2015

Desolación

       Mi madre acaba de llamar al homeópata de Lérida que me ha estado tratando las cinco semanas que he estado allí para ponerle al día. Desde la habitación saco las pocas fuerzas que tengo para pedirle que cierre la puerta; no quiero oír lo que dicen, al menos no ahora. Han sido tres semanas de dolores insoportables, de sobredosis de calmantes, de no poder ni andar diez metros sin parar porque la fatiga no me deja, visitas a urgencias, sesiones de radioterapia, conversaciones con mi oncólogo que me han dejado hundida, días y días enteros en la cama, momentos en los que ya no ves la esperanza, pesadillas en las que me despido de todos, sueños en los que le explico a una mujer que va a ocupar mi lugar todo lo que tiene que saber para ocuparse de las niñas. Demasiado para un alma, demasiado para la mía después de lo convencida que estaba de que volvería como un roble a casa.
-¡¡Mamá!!!  -gritaron las dos al unísono mientras se abalanzaban sobre mí  al verme aparecer por la puerta.
No poder apenas respirar no me impidió comérmelas a besos y abrazarlas hasta que Claudia se separó y me miró a los ojos sonriendo, ilusionada, como si esperara el regalo más especial que le fueran a hacer jamás.
-Mamá, ¿te has curado ya?
Me repitió la pregunta al ver cómo se me humedecían los ojos  y tragaba saliva.
-Aún no cariño, pero lo importante es que ya estoy en casa.
-Entonces si no te has curado te volverás a ir–empezó a sollozar mientras se le iba borrando la sonrisa de la cara.
Mis brazos y mi promesa de que no me iba a volver a ir la consiguieron calmar. A mí no.
-A ver Doctor, a mí no me da miedo morir, si me muero, pues me muero. Pero es que no puedo morirme, ¿no lo entiende? No puedo, de ninguna manera.  Tengo dos niñas que me necesitan, no les puedo hacer eso a mis hijas.- Empecé mi respuesta muy serena después de que el oncólogo me hubiera puesto al día tras ver los resultados del TAC de urgencias que me tuvieron que hacer:
-Aleida, me temo que no tengo buenas noticias: el cáncer ha avanzado notablemente en hígado, pero sobretodo en los pulmones. De ahí la tos, el cansancio y la fatiga que no te deja apenas moverte. El panorama que tenemos delante es muy negro. Sin tratamiento estamos hablando de unos pocos meses. Con tratamiento no te podemos decir, depende de cómo respondas porque te pondríamos uno nuevo y aún no sabemos si va a ser efectivo. En cualquier caso recuerda que siempre estamos hablando de efectos paliativos.
Cuando llegué a la parte en la que tengo dos niñas la serenidad  me dijo “ahí te quedas bonita” y me derrumbé como una niña.
 -No lo entiendo,  esto  no tiene sentido, más de lo que hago no puedo hacer, dieta, homeopatía, siempre he sido una tía sana, sin excesos de ningún tipo, deportista en los últimos años, sin antecedentes en mi familia, no lo entiendo, no puede ser, no puede ser, no puede ser, esto no puede estar pasando, esto no…
-Eh, eh, eh, venga, tranquila cariño – se saltó la barrera médico-paciente para cogerme la mano y tranquilizarme.  –Por ahí no vayas Aleida, no busques respuestas porque no las hay, no las vas a encontrar y sólo te vas a hacer más daño. Esto es así, viene, sin más, nadie sabe por qué. Hoy le he tenido que decir a una niña de veintiún años que le quedan dos meses de vida por un cáncer de mama, que en la mayoría de los casos se cura, pero en el suyo no. Veintiún años, Aleida… ¿Qué le digo yo a esa chica? ¿Qué la vida es una putada?
Nunca le he visto tan conmovido, tan cercano, tan grande como médico y como persona, y nunca me he alegrado tanto de que sea él mi oncólogo.
-
-Dios…. ¿cómo lo aguantáis Doctor? ¿Cómo podéis soportar esto día tras día? –Seguía hablando entre lágrimas, las mismas que él y su secretaria se aguantaban, incapaces en ese momento de mantenerse al margen de una realidad arrolladora a la que de vez en cuando, en medio de la vorágine del día a día, como ahora, se veían obligados a parar y  mirar de frente. No hallé respuesta, así que seguí pensando en voz alta mientras negaba con la cabeza con la mirada perdida –Si al menos creyera en algún dios, en algún santo, podría rezar.
Tras serenarme un poco quedamos en vernos en unos días, después de  la sesión de radioterapia con la que intentarían reducirme el tumor de la tibia para al menos paliar un poco los dolores de la pierna que tanto me martirizan. En nuestra siguiente visita tendría que firmar el consentimiento de la nueva quimio  y me explicaría un poco los efectos de los nuevos fármacos.
Cuando me aseguré de que no quedaba ningún rastro en mi cara que diera pistas sobre lo que acababa de pasar en la consulta me armé de valor para salir. No me sirvió de nada. Allí estabais: tú  mirándome, sonriendo con los ojos llenos de esperanza y  mi madre con la mirada medio iluminada y ansiosa por escuchar buenas noticias.  Las piernas me flaquearon y no necesitasteis más para levantaros a cogerme, antes de que llegara al suelo mientras estallaba en llanto una vez más. Ahora os lo tenía que contar, a vosotros, a todos. No pude, ese día no.
-Sacadme de aquí por favor –fueron las únicas palabras que pudieron salir de mi garganta.  


miércoles, 4 de marzo de 2015

Volver

Entre mis pensamientos y el silencio que hay en el coche no me he dado cuenta de que ya hemos llegado a la estación de Tarragona. Aún falta media hora para que salga el tren, así que aprovechamos para hacernos el enésimo selfie del fin de semana. Hace apenas dos días mis peques hacían el camino a la inversa, emocionadas porque nos íbamos a ver después de llevar dos semanas separadas. Por eso y porque viajaban en AVE por primera vez claro.
-Mamá, mamá!!! – Claudia estaba eufórica el día antes de venir cuando las llamé. 
–¿Sabes qué?? ¡Vamos a montarnos en el tren más rápido del munnnnndo!
-Halaaaa...., ¡¡¡Quéeeee morro tenéis!! Yo quieroooo ¿¿De verdad que es el más rápido??
-Síiiii y encima  dice papá que ¡¡¡van a  poner una  peli!! Y que ¡¡hay un bar dentro!!
 Abrazos, besos, “te quieros”, “jo mamas”, hacerlas ir de la risa al bochorno mientras  bailo la última de Katy Perry, darles algún capricho, ver cómo se dan cuenta de que esta vez no quiero ser el poli malo y se aprovechan para pedirme más, dárselo, peinarlas, ver cómo se enfadan, Sara porque dice que es muy mayor y se quiere peinar ella, Claudia porque le doy tirones, olerlas, dormir con mi peque aunque no consiga pegar ojo por las patadas que me da, verlas aparecer en la cocina despeinadas y restregándose los ojos por las mañanas, prepararles el desayuno, ver como resoplan y ponen los ojos en blanco cuando les mando lavarse los dientes, volver a decirle veinte veces a Claudia que no ande descalza para que al final no me haga caso y le tenga que poner yo las zapatillas, limpiarle la cara porque es incapaz de comerse el donuts de chocolate sin ponerse perdida, escucharlas refunfuñar que no hace tanto frío mientras les pongo bufanda y gorro, ir a Zara a comprarle el regalo a su padre y ver cómo Sara protesta por aburrirse como una ostra, mandarla a buscar a su hermana que, como siempre, se ha ido a la sección de mujer a probarse los zapatos con más tacón que encuentre, aunque sean diez números mayor que el suyo, escuchar decir  a Sara  una vez más “Esta niña es una pesada”, sonreír por dentro mientras veo que Claudia se defiende muy bien sola, “no, yo no, tú eres la pesada”,  ponerme muy seria por fuera mientras digo “Vale ya chicas, se acabó, no quiero oír ni mu”, volver a ser madre, volver a ser yo, todo ello, ellas, me han hecho olvidarme de que estoy enferma, de que me he tenido que ir cinco semanas de casa para intentar curarme, o al menos, para intentar ganar algo de tiempo.

Los minutos van pasando y ya tienen que bajar al andén. Es el momento más duro, porque no quiero que se vayan, porque no se quieren ir, porque aún faltan tres semanas para volver a casa y porque no puedo llorar, no delante de ellas, las tengo que consolar y decir alguna payasada para que se rían. Nos abrazamos, mucho, muy fuerte y durante todo el tiempo que podemos, las beso, mil veces, en los ojos, en la frente, en las mejillas, con beso chino como le gusta a Claudia, hasta que al final las suelto con todo mi dolor, siendo egoísta, porque sé que estoy mucho mejor con ellas, aunque me enfade mil veces al día, porque si me faltan estoy desubicada, incompleta, porque hasta dentro de quince días no vuelven otra vez y me esperan por delante muchas noches de un dolor profundo, de ese que no puede aliviar la morfina.
Me voy al balcón para poder verlas en el andén mientras llega el tren. Y lo que siento al llegar allí es desgarrador. Las dos me tiran muchos besos y las dos lloran, Claudia  como la niña de seis años que  es, triste porque quiere que mamá vuelva a casa con ella; Sara lo hace con sus ojos aún de niña, pero con la tristeza y el desconsuelo de un adulto. Estamos lejos y como no pueden ver mis lágrimas me pongo a hacer muecas con las manos y a sacarles la lengua para hacerlas reír un poco. Lo consigo, aunque solo sea  el minuto que tarda el tren en aparecer en la vía, hasta que por fin suben a su vagón, después de tirarme más besos y de llevarse los puños al pecho izquierdo como cada vez que nos decimos sin palabras que nos queremos.
De mis entrañas sale un quejido sordo, ahogado, gutural, porque se van, pero porque lo que estoy contemplando es una visión cruel de lo que ocurrirá si no logro vencer: yo, desde arriba, atrapada en un lugar en el que no quiero estar y del que no puedo escapar,  mis hijas  desconsoladas, cogiendo un tren para vivir su vida sin mí, acompañadas por su abuela porque yo ya no puedo ir con ellas.
 –Eso no va a pasar cariño –me dice mi padre un rato más tarde, cuando en el coche le confieso lo que sentía que estaba viendo.
–Ya lo sé papa –le intento tranquilizar y convencerme a mí misma. Pero la verdad es que no lo sé. Así que tendré que hacer todo lo posible para que la visión se quede sólo en una versión de la visita del fantasma de las navidades futuras en Cuento de Navidad. A lo mejor sólo ha sido un  aviso de lo que puede pasar si bajo los brazos y me deprimo.
Cuando llego a la consulta de Manel no hace falta que le cuente nada.
–¡Madre mía criatura! –exclama al verme –¡cómo vienes hoy! Anda, túmbate…a ver si podemos hacer algo.  


jueves, 26 de febrero de 2015

Lecciones

Las niñas llevan todo el camino más calladas de la cuenta, sobretodo Sara, que  a sus 11 años no suele tener suficiente con las veinticuatro horas que tiene el día para decir todo lo que le pasa por la cabeza. Siempre ha sido una niña con una madurez que asustaba para su edad. Hace un año me lo confirmó cuando no pude retrasar más lo inevitable y le tuve que contar que tenía Cáncer. Estaba lavándole el pelo, y hacía un par de días que me había rapado la cabeza.
-Mamá, la prima dice que estás muy guapa con el pañuelo…. Y a mí también me gusta…
-¿Pero? –por el tono sabía que había algo que le costaba decirme.
-Nada, que dice que porqué lo llevas, y que si te cabe todo el pelo ahí dentro.
- (………..)
-Y yo me pregunto lo mismo.
Tragué saliva, cogí aire y empecé a hablar con toda la naturalidad de la que fui capaz, intentando que mi voz  no mostrara cómo me temblaban hasta las piernas.
-Bueno cariño, a ver, ¿te acuerdas que hace un par de días me preguntaste si tenía cáncer?
-Sí  y me dijiste que me terminara el Cola- Cao.
-Sí, es verdad –sonrío, al constatar, una vez más cómo no se le escapa una.
–Pues resulta que sí, cariño, que tengo cáncer.
Dejó de jugar con la espuma que había en la bañera mientras yo le restregaba la cabeza. Me miró, sin miedo ni pudor, sin rastro de inseguridad, nervios o incertidumbre, con curiosidad, expectante, con  los ojos limpios y  sin contaminar  de una niña que  sólo quería saber y entender lo que le estaba pasando a su madre.
-Ah! Bueno, y entonces…. ¿qué pasa? Porque… De eso se muere la gente ¿no? Lo he visto en la tele.
Hablaba tan deprisa que no me daba tiempo a contestarle  antes de que siguiera formulando preguntas que me hicieran perder la poca entereza que me quedaba en aquel momento.  
-Bueno, y también hay gente que muere en un accidente de coche y mucha que se salva; a otros les da un ataque al corazón y se mueren también pero otros sobreviven y se curan.
-Ah… entonces con el cáncer pasa igual ¿no?
- Claro, hay gente que muere, pero mucha, mucha, mucha  consigue curarse. Y cada vez más porque los médicos son más listos.
-Pues entonces tú te vas a curar porque vas mucho al médico.
No me lo preguntó, me lo dijo así, sin más, con la certeza de quien se encuentra ante una lógica innegable y absoluta.
-Anda pues claro, además mi médico es de los que más saben.
Me dedicó una sonrisa transparente, real, muy suya, muy nuestra, le di un beso y se zambulló en la bañera para quitarse todo el jabón del pelo. Como si hubiéramos estado hablando de su día en el cole, o del último capítulo de su serie favorita, no tocamos más el tema y pasamos a otra cosa con una normalidad que ninguna de las dos fingíamos.
Aquella noche me di cuenta que era a la que más había tardado en contárselo porque quería protegerla, me daba  terror hablar con ella, más incluso que cuando se lo tuve que decir a mis padres, más que cuando supe que lo verías en  mis ojos al salir de la consulta. Aún no estoy lista para hablar con la niña. Esa era mi excusa, y era real porque me faltaba valor.
Hoy casi un año después, al mirar por el retrovisor y verla metida en su mundo me doy cuenta cómo mi princesa me enseñó que el miedo como tal no existe, sólo cobra vida si pensamos en él y lo alimentamos. 

jueves, 19 de febrero de 2015

Sólo entonces



A nadie se le ocurrirá que sólo quiso volar, como antes. Pensarán que tiró la toalla, que no quiso seguir luchando, que se rindió. No entenderán que su verdadera lucha comenzó hace unos meses, cuando tuvo valor para  dejar la quimio y  volver a sentirse viva,  a ser ella y mirar a la muerte con dignidad, sin esconderse. “Podría haber tenido uno o dos  años más”  le dirán a la familia. Al verla irse en paz algunos empezarán a dudar si era lo que hubiera querido. Sólo los que alguna vez tocaron su alma se darán cuenta de que al final  ganó la batalla. Sólo entonces sonreirán con ella.

jueves, 12 de febrero de 2015

Mecanismos de Defensa

Una noche más, mi compañero inseparable de los últimos meses, el dolor, agudo y punzante, seco, sin concesiones, ha decidido despertarme, esta vez a las tres de la mañana. Las dos pastillas de morfina que me tomo al acostarme me dan una tregua demasiado corta, pero los médicos insisten en que no puedo superar la dosis que me han mandado porque el riesgo de adicción es muy alto.  No quiero acabar en “Proyecto Hombre”, así que resisto la tentación de tomar más y me levanto a dar una vuelta por la casa como alma en pena a ver si se me pasa. Todavía quedan brasas en la chimenea y al subir la persiana para ver la calle mientras me tomo una infusión descubro fascinada como nieva densamente, sin viento, con serenidad, como si el cosmos me quisiera compensar por el mal rato por el que los latigazos de mi  sistema nervioso, quemado por la quimio y ya  sin protección alguna, me están haciendo pasar.    
Dice Manel que hay en mí un sufrimiento psíquico importante. Las telarañas que siente cada vez que me pone la mano en el hígado o sobre el tumor de la tibia, se vuelven más densas cuando me toca la cabeza.
-Eso sí –apunta mientras se dibuja en su cara  una expresión de orgullo y cierta satisfacción   -tienes  unos “mecanismos de defensa” estupendos y haces muy buen uso de ellos.
He tenido que buscar el término en Wikipedia porque las clases de  3º de BUP  en las que me explicaron el psicoanálisis freudiano quedan un poco lejos, pero viene a ser más o menos lo que recordaba: estrategias psicológicas inconscientes puestas en marcha para hacer frente a la realidad.

“Que grande eres”, “lo estás haciendo de maravilla”, “increíble cómo lo estás llevando, es admirable”, “eres todo un ejemplo para los demás”. A la mente no paran de venirme muchas de las frases que me repite la gente una y otra vez cuando les cuento como estoy. Siempre me da cierta vergüenza al escucharlas , como si no fuera merecedora de ellas y ahora, al recordar las palabras de Manel me doy cuenta de que no es la modestia, ni falsa ni verdadera, la que me lleva a decir que no es verdad, que no estoy haciendo nada extraordinario. Es el pudor que me provoca la certeza absoluta de  que mi actitud  forma  parte de toda una estrategia que me permite no bajar los brazos ante el cáncer, no deprimirme para no dejarle que vaya ganando posiciones.
Así consigo las fuerzas para separarme de ti y de las niñas cinco semanas y perderme en un pueblo del pirineo de Lérida para someterme a un tratamiento homeopático que nos dé más esperanzas que las que nos da el oncólogo.
-Aleida, tienes que tener los pies en el suelo-, me dijo hace mes y medio -tu Cáncer a día de hoy no tiene cura. Lo más que podemos hacer es cronificarlo, alargar el tiempo lo máximo posible.
Le dije que tranquilo, que era perfectamente consciente. Lo que no le dije era que no pensaba quedarme de brazos cruzados y hacer sólo lo que él me decía. Quizás porque estoy segura que cree que no se puede hacer nada más. Pero yo y mi inconsciente, con sus mecanismos de defensa como principales aliados, creemos que sí. Aunque sólo sea una estrategia para no perder la cabeza, para no tirar la toalla, para no derrumbarnos  ni deprimirnos. Para poder seguir sonriendo desde dentro al ver la nieve caer y pensar en que vienen mis niñas a verme en unos días. Para no dejarle al cáncer vía libre. Sí, al Cáncer, no a esa “larga y dura enfermedad”. Nunca me han gustado los eufemismos.

martes, 10 de febrero de 2015

La llamada

Llaman de la Mutua,  qué pereza.  Una chica, muy maja ella, me agradece que sea cliente después de tanto tiempo: “para premiar su fidelidad, Señora Aleida  -ya estamos con el “Señora” de las narices –le vamos a hacer una oferta que no puede rechazar.
-De verdad que no me interesa, muchas gracias. Ya tengo todo tipo de seguros –intento quitármela de encima sin ser borde, porque cuando lo hago  me siento fatal. Como buena comercial que es, vuelve al ataque, está claro que no se va a rendir tan fácilmente.
-Sí, Señora Aleida. Pero le ruego que me escuche porque estoy segura que le va a interesar. Sabe usted que desgraciadamente cada vez hay más casos de cáncer de mama entre las mujeres de menos de cuarenta años.
-Sí, si lo sé, pero de verdad que no…..
-Pues la Mutua ha sacado un seguro para autónomos como usted para que en el caso de que le diagnosticaran un cáncer de mama, no se tuviera que preocupar por ningún tipo de cobertura económica ni sanitaria.
- Te lo agradezco pero no está en mis planes ahora mismo enfermar de cáncer de mama –se lo digo entre risas, no lo puedo evitar, esto parece una broma macabra.
Ella también se ríe, con delicadeza y tacto claro, que el tema que nos ocupa es delicado. Le debo dar buen rollo o algo así, o igual se piensa que me río porque soy una tía muy cachonda y muy simpática, que no digo yo que no lo sea a veces, pero ahora, al recibir la llamada me  estaba  cagando en la puta  por los dolores con los que la metástasis  me recuerda lo que le pone mi hígado. 
-Por supuesto que no Señora Aleida, y ojalá que no lo necesite nunca. Pero el cáncer es una realidad y teniendo en cuenta las estadísticas de los últimos años hay que estar preparadas, y adelantarse para que llegado el caso la enfermedad no suponga un problema económico para usted y su familia.
                    


 ¿El cáncer es una realidad? ¿Hay que estar preparadas? Quien  le ha hecho el guion a esta chica estaba pensando en que el cambio de tiempo no le pillara sin el último poncho de Zara en el armario o algo así.
Me estoy conteniendo y aunque estoy tentada resisto a los impulsos de ser cruel y pegarle el corte de su vida. La pobre no tiene culpa de nada, sólo está haciendo su trabajo.
-Mira, me pillas en un momento de mi vida en que el cáncer de mama no es algo que me preocupe precisamente – me armo de paciencia y se lo digo con un tono casi condescendiente. Si tú supieras criatura.
- Piénselo, es una enfermedad muy dura, y estar cubierta mientras dura el tratamiento de verdad que puede suponer un alivio.
Estallo, me sale del tirón, sin elevar el tono, más bien lo digo todo de una manera pausada, tranquila, muy correcta que para eso mis padres me han enseñado a ser educada.
-Verás, que el cáncer es duro lo sé de primera mano. Tengo uno de hígado en estadio IV, con metástasis en riñón, pulmones y huesos. No sé si lo sabrás pero no hay estadio V. Así que, como ya te he dicho, no está en mis planes tener cáncer de mama, solo me faltaba eso. Además, no creo que la Mutua esté dispuesta a asegurarme teniendo en cuenta mi estado de salud actual y que ya llevo unas dieciocho sesiones de quimio que cada vez me dejan más debilitada.
Silencio primero. Debe de haber entrado en estado de shock o algo así. Empieza a tartamudear y luego arranca a hablar muy deprisa.
-Lo siento muchísimo de verdad, no era mi intención… yo no sabía, ¿Cómo iba a saberlo?…. no pretendía molestarla. Espero que se recupere pronto, de verdad perdóneme.
Le digo que tranquila, que no pasa nada y en seguida cuelga. Pobre. Me he pasado. No tengo ningún espejo delante pero puedo sentir cómo se dibuja una sonrisa maliciosa en mi cara. El diablillo ha ganado al ángel esta vez y  aunque sea con una desconocida a la que no estoy viendo la cara he dicho lo que de verdad me apetecía, no lo que cause menos impacto a quien me esté escuchando.
Me voy a la cocina a preparar la cena con una sensación extraña. Al abrir Spotify mi mano, como si fuera un ente independiente del cerebro con voluntad propia, va a la lista de Muse y pincha  la versión del Feeling Good de Nina Simone. Lo subo al máximo. Brutal.




miércoles, 28 de enero de 2015

Desconectada

“No te puedes morir ahora, me harías una gran putada”.
Conmovida por la confesión que Manel me hace medio en broma medio en serio, me río, sorprendida al descubrir cómo la admiración entre mi terapeuta y yo es mutua. No sé exactamente cuándo ha sucedido, pero en algún momento hemos dejado de ser psicoanalista y paciente para pasar a ser amigos.
“No me digas… ¿Y eso? No sabía yo que te importara tanto”.
“No hombre no, eso no me lo puedes hacer. Ya perdí a la paciente aquella que te comenté después de tratarla tres años. Eso fue un golpe durísimo, me costó mucho recuperarme; acuérdate que te dije que estuve dos años sin tratar a nadie”.
Paula tenía 10 años cuando le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Los oncólogos, dado lo extendido que estaba y la edad de la niña no le dieron ninguna esperanza a la madre. A los diez años el pulmón está en pleno crecimiento, le dijeron, sólo podían darle cuidados paliativos. Por supuesto, la madre no se rindió y recurrió a todo tipo de tratamientos alternativos a la quimioterapia hasta que tres años después los pulmones de su hija estaban limpios de todo tumor maligno. El cosmos, el Karma, la mala suerte, el mal de ojo, o vete tú a saber qué, quisieron que un año después la criatura cogiera una neumonía que no pudo superar.
“Bueno, tranquilo…. Si me muero vendré a verte. Sólo espero que no te dé por salir corriendo”. Hemos hablado lo suficiente para saber que los dos creemos que después de la muerte algunas almas se quedan una temporada por aquí, visibles a los ojos de los que cuentan con sentidos lo suficientemente desarrollados como para captar su presencia.
“No saldré corriendo, me pondré muy contento y te prepararé unas gambas”.
“Pero no podré comérmelas porque estaré muerta”.
“Sí porque serán unas gambas mágicas…. Además ya podrás chupar las cabezas sin preocuparte de si te estás comiendo todo el mercurio ni de si se te va acidificar más la sangre”.
Tras las risas le vuelvo a insistir en que creo que mi mayor enemigo no es el cáncer, sino yo misma. Algo que llevo tiempo sospechando y que, después de varias sesiones él mismo me confirma.
“Aleida, al Cáncer le tienes que tocar mucho los cojones. Si no paras de tocarle los cojones, como estás haciendo ahora, se acabará arrugando como una pasa y te dejará en paz. En el momento en que bajes la guardia, en que bajes los brazos, te deprimas y empieces a pasar de todo te va a comer”.
Le digo que lo sé, que estoy haciendo todo lo humanamente posible para parar la metástasis: quimio, hipertermia, macrobiótica, micoterapia, oligoterapia, hidroterapia, inmunoterapia. Pero también le digo que todo eso no sirve de nada si en el fondo no me lo creo, si no me quiero curar. Porque lo digo, lo escribo, lo vuelvo a decir una y otra vez: “me quiero curar”, pero siempre tengo la sensación de que lo hago con la boca pequeña, sin sentirlo de verdad.
Mientras me escucha sonríe y afirma en silencio con la cabeza, como quien está oyendo una historia que ya se sabe y por cortesía no le cuenta el final a su interlocutor. Mis sospechas de que Manel es uno de ellos, de los que sabe leer el alma de la gente con solo mirarla, que capta las energías y lo que hay dentro de cada uno con una clarividencia que asusta se confirman:
“¿Sabes lo que ví en cuanto entraste por la puerta? Dije, `Hostia tú… Esta tía está totalmente desconectada de todo y de todos, como si anduviera sola por el mundo, como si sintiera que no tiene nadie aquí´. Me sorprendió cuando me dijiste que tienes dos niñas, porque percibí una sensación de soledad brutal.”

“Es que es así como me siento. Y no lo entiendo porque tengo a tanta gente a mi alrededor que me quiere y que me lo demuestra constantemente que es de locos. A veces pienso que todo es más fácil si me voy. Es como si me diera pereza seguir viviendo. Ya no tendría dolor, ni miedo, ni sentiría esa soledad que no me deja en paz".
“Claro coño. Es que la vida son problemas y los problemas dan pereza. Si estuvieras muerta no tendrías problemas con tu pareja, ni con tu madre, ni con tus niñas”.
“Ni tendría que preocuparme de qué hacer con el resto de mi vida”. Le interrumpo. ¿Te puedes creer que hace unos meses cuando se estaba acabando el verano, cuando ya pensaba que el cáncer se había terminado y se me había pasado la euforia… tuve la sensación de que lo echaba de menos?"
 Manel me mira con ojos sabios, de los que te dicen que entienden perfectamente lo que le estoy contando.
Aun así se lo aclaro, o más bien me lo aclaro a mí misma mientras se lo cuento a él. “Al cáncer quiero decir, era como si mientras estaba enferma mi propósito en la vida fuera luchar contra él y en ese momento, como parecía que lo había logrado, me sentía vacía, como si nada de lo que hiciera me llenase plenamente. Vamos, que estoy loca de atar”, concluyo.
“Lo que estás es cansada y deprimida”, me corrige. “Muchos de los pacientes que han pasado por aquí, cuando se han curado han cambiado de vida radicalmente. Necesitas averiguar cuál es tu propósito, por qué estás tú aquí”.
Visto así tiene cierto sentido. ¿Cuántas personas seguirían con su vida tal cual si les dicen que les queda poco tiempo de vida? Todos nos lo hemos planteado alguna vez, y al final todas las respuestas se van hacia aquello que siempre hemos querido hacer y nunca hemos hecho. Casi siempre hacia un camino muy distinto del que estamos recorriendo en ese momento.
Mi amigo Jose tuvo un paciente de 38 años que lo dejó todo cuando le dijeron que apenas viviría unos meses más. Dejó su estresante vida de pez gordo en una multinacional y se dedicó a viajar, a recorrerse el mundo. A la vuelta estaba milagrosamente recuperado y volvió a su vida de antes. Murió en apenas un año.
Salgo de la consulta dándole vueltas. Me queda mucho trabajo por delante y poco tiempo si no consigo pronto sentir que de verdad quiero curarme. Eso es lo más difícil de todo, pero creo que poco a poco voy haciendo progresos. Supongo que escribir todos los días, aunque sea un poquito, es un buen síntoma.

miércoles, 21 de enero de 2015

Desubicada


Ha venido mi hermana Mónica a verme, muy joven y guapa, pero con una ropa muy rara. No sé  por qué  se ríe cuando le digo que me saque de allí y que nos vayamos a casa. Padre debe estar muy  preocupado: es tarde y aún no hemos vuelto.

-Mamá que no soy la Mónica –me dice mientras me acaricia la cara con ternura. Ya no me enfado, sé que  siempre está intentando chincharme.  Además, seguro que esta noche viene a mi cama como siempre y me da un beso. Mucho más vieja eso sí, es lo que no entiendo.