Mi
madre acaba de llamar al homeópata de Lérida que me ha estado tratando las cinco
semanas que he estado allí para ponerle al día. Desde la habitación saco las
pocas fuerzas que tengo para pedirle que cierre la puerta; no quiero oír lo que
dicen, al menos no ahora. Han sido tres semanas de dolores insoportables, de
sobredosis de calmantes, de no poder ni andar diez metros sin parar porque la
fatiga no me deja, visitas a urgencias, sesiones de radioterapia,
conversaciones con mi oncólogo que me han dejado hundida, días y días enteros
en la cama, momentos en los que ya no ves la esperanza, pesadillas en las que
me despido de todos, sueños en los que le explico a una mujer que va a ocupar
mi lugar todo lo que tiene que saber para ocuparse de las niñas. Demasiado para
un alma, demasiado para la mía después de lo convencida que estaba de que
volvería como un roble a casa.
-¡¡Mamá!!!
-gritaron las dos al unísono mientras se abalanzaban sobre mí al verme aparecer por la puerta.
No poder apenas respirar no me impidió comérmelas a
besos y abrazarlas hasta que Claudia se separó y me miró a los ojos sonriendo,
ilusionada, como si esperara el regalo más especial que le fueran a hacer
jamás.
-Mamá, ¿te has curado ya?
Me repitió la pregunta al ver cómo se me humedecían
los ojos y tragaba saliva.
-Aún no cariño, pero lo importante es que ya estoy
en casa.
-Entonces si no te has curado te volverás a ir–empezó
a sollozar mientras se le iba borrando la sonrisa de la cara.
Mis brazos y mi promesa de que no me iba a volver a
ir la consiguieron calmar. A mí no.
-A ver Doctor, a mí no me da miedo morir, si me
muero, pues me muero. Pero es que no puedo morirme, ¿no lo entiende? No puedo,
de ninguna manera. Tengo dos niñas que
me necesitan, no les puedo hacer eso a mis hijas.- Empecé mi respuesta muy
serena después de que el oncólogo me hubiera puesto al día tras ver los
resultados del TAC de urgencias que me tuvieron que hacer:
-Aleida, me temo que no tengo buenas noticias: el
cáncer ha avanzado notablemente en hígado, pero sobretodo en los pulmones. De ahí
la tos, el cansancio y la fatiga que no te deja apenas moverte. El panorama que
tenemos delante es muy negro. Sin tratamiento estamos hablando de unos pocos
meses. Con tratamiento no te podemos decir, depende de cómo respondas porque te
pondríamos uno nuevo y aún no sabemos si va a ser efectivo. En cualquier caso
recuerda que siempre estamos hablando de efectos paliativos.
Cuando llegué a la parte en la que tengo dos niñas
la serenidad me dijo “ahí te quedas
bonita” y me derrumbé como una niña.
-No lo
entiendo, esto no tiene sentido, más de lo que hago no puedo
hacer, dieta, homeopatía, siempre he sido una tía sana, sin excesos de ningún tipo,
deportista en los últimos años, sin antecedentes en mi familia, no lo entiendo,
no puede ser, no puede ser, no puede ser, esto no puede estar pasando, esto no…
-Eh, eh, eh, venga, tranquila cariño – se saltó la
barrera médico-paciente para cogerme la mano y tranquilizarme. –Por ahí no vayas Aleida, no busques
respuestas porque no las hay, no las vas a encontrar y sólo te vas a hacer más
daño. Esto es así, viene, sin más, nadie sabe por qué. Hoy le he tenido que
decir a una niña de veintiún años que le quedan dos meses de vida por un cáncer
de mama, que en la mayoría de los casos se cura, pero en el suyo no. Veintiún
años, Aleida… ¿Qué le digo yo a esa chica? ¿Qué la vida es una putada?
Nunca le he visto tan conmovido, tan cercano, tan
grande como médico y como persona, y nunca me he alegrado tanto de que sea él
mi oncólogo.
-
-Dios…. ¿cómo lo aguantáis Doctor? ¿Cómo podéis
soportar esto día tras día? –Seguía hablando entre lágrimas, las mismas que él
y su secretaria se aguantaban, incapaces en ese momento de mantenerse al margen
de una realidad arrolladora a la que de vez en cuando, en medio de la vorágine
del día a día, como ahora, se veían obligados a parar y mirar de frente. No hallé respuesta, así que
seguí pensando en voz alta mientras negaba con la cabeza con la mirada perdida –Si al menos
creyera en algún dios, en algún santo, podría rezar.
Tras serenarme un poco quedamos en vernos en unos
días, después de la sesión de radioterapia con la que intentarían reducirme el tumor
de la tibia para al menos paliar un poco los dolores de la pierna que tanto me
martirizan. En nuestra siguiente visita tendría que firmar el consentimiento de
la nueva quimio y me explicaría un poco
los efectos de los nuevos fármacos.
Cuando me aseguré de que no quedaba ningún rastro en
mi cara que diera pistas sobre lo que acababa de pasar en la consulta me armé
de valor para salir. No me sirvió de nada. Allí estabais: tú mirándome, sonriendo con los ojos llenos de
esperanza y mi madre con la mirada medio
iluminada y ansiosa por escuchar buenas noticias. Las piernas me flaquearon y no necesitasteis
más para levantaros a cogerme, antes de que llegara al suelo mientras estallaba en
llanto una vez más. Ahora os lo tenía que contar, a vosotros, a todos. No pude,
ese día no.
-Sacadme de aquí por favor –fueron las únicas
palabras que pudieron salir de mi garganta.
Hola valiente, hoy te leí de casualidad y tus entradas tocaron mi corazón, no sólo por la dureza de tu historia, sino, principalmente, por lo bonito que escribes. Permíteme decirte que puede que ese sea uno de tus propósitos en esta vida, el de transmitirnos tu lucha, sin ocultar tus dudas, miedo, dolor y angustias.
ResponderEliminarÁnimo valiente. Un beso y toda mi energía
Muchas gracias por tus ánimos. Me alegro que te gusten mis relatos, seguiré luchando y escribiendo. Un abrazo
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