sábado, 20 de septiembre de 2014

Nada dura para siempre



Muchos años después, mientras se daba la quimio en el Hospital de Día de Móstoles, Aleida recordó aquella mañana de su infancia en que descubrió lo que era la muerte. Su  memoria era caprichosa, unas veces piadosa, borrando durante algún tiempo aquello que la hacía daño. Otras, las más, actuaba a traición, descubriéndole episodios que le hacían sentir aún más la soledad que en ese momento se empeñaba en acompañarla.
Calculaba que tendría 5 o 6 años como mucho. El día anterior su padre, como hacía siempre que traía un animal nuevo a casa, había llamado al timbre a sabiendas de que sería ella la que iría corriendo a abrir la puerta para encontrarle en cuclillas, a su altura, cogiendo al cuadrúpedo en cuestión por las dos patas delanteras para que éste se quedara de pie, apoyado sobre las dos traseras y así ella lo pudiera abrazar mientras daba saltos de alegría. Así lo había hecho con Guilispi, un persa precioso que les marcó para siempre, tanto que a día de hoy todavía había portafotos con su imagen en casa de su madre. También con Blues, un gran danés que a los cuatro meses ya había destrozado media casa, y con Chana, la galgo afgano que siempre se escapaba cuando salía a la calle provocando la desesperación de sus padres. No recordaba si ellos vinieron antes o después de aquel precioso gatito blanco que su padre había llevado esa mañana. Tampoco le venía a la memoria su nombre, algo que le extrañaba mucho porque sí que podía  decir de una tacada cómo se habían llamado todos y cada uno de los animales que había tenido en su infancia.
 Como  era muy pequeño ella decidió que le iba a cuidar en su habitación hasta que creciera un poco. Debajo del escritorio que su madre le había hecho a medida le habilitó  una “casita” sólo para él, con un cartón a modo de  barrera para que no se saliera y un cojincito que le robó a sus muñecas para que apoyara la cabecita. Y por supuesto, cogió los platos de la cocinita que le habían echado los reyes para ponerle un poco de agua y leche. Esa noche casi no pudo dormir de la emoción, levantándose cada dos por tres para cogerle y acariciarle un rato, hasta que su madre volvía a entrar en la habitación una vez más para decirle que apagara la luz y que se durmiera.
Aquella mañana de sábado no iba a ser una más. Lo primero que hizo al despertarse fue ir corriendo a ver cómo estaba el gatito. Lo cogió con mucho cuidado porque no se movía y no quería asustarle. Después de unos segundos lo empezó a mecer suavemente pero el animal no reaccionaba, hasta que se dio cuenta de que la cabecita se le movía para adelante y para atrás según ella empezaba a zarandearle más fuerte para que se despertara, como una muñeca de trapo, sin vida, sin oponer resistencia.
 Lo que más recuerda de aquél momento es el pánico que sintió, una sensación de angustia hasta entonces desconocida, y cómo llamaba a gritos a su padre,  como si él tuviera una varita mágica para revivirlo. Salió desconsolada de la habitación, y se asustó aún más al ver que no había nadie en casa. Aprovechando que la niña aún no se había levantado, su padre había bajado un momento a comprar el pan, algo que curiosamente, no había hecho nunca hasta esa mañana. Cuando subió la encontró en el descansillo del portal, llorando sin consuelo en los brazos de Lourdes, la vecina del  5º C que había salido a ver qué pasaba alertada por los gritos de la pequeña. La cara de su padre al verla así era algo que se le había quedado grabado, como tampoco podía olvidar la forma en que se abrazaba a él, asustada como nunca lo había estado al darse cuenta con apenas  5 o 6 años de que él no la podría proteger para siempre.
Ya siendo una niña, le daba muchas vueltas a todo, un rasgo de su personalidad que se había ido agudizando con los años. Pero aquel día marcaba un antes y un después, porque a partir de entonces supo que estamos de paso, que todo tiene un final. En aquel momento lo que le atormentó fue descubrir que las personas a las que quería algún día se morirían, que ella misma algún día no estaría. Treinta años después, en aquella sala rodeada de extraños que compartían con ella su lucha contra el cáncer,  pensó en la forma tan cruel que tuvo la vida de enseñarle que todo lo bueno se acaba y en cómo le hubiera gustado poder decirle a aquella niña que todo lo malo también.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Fuerzas



Esta noche tenemos una cena en casa de Vanessa  y Raúl, y pasarme las tres o cuatro horas mínimo que estaremos allí con el gorro de lana puesto no es una opción. Así que, fiel a mí misma y a mi manía de dejarlo todo para el último momento, unas horas antes  me voy con Carol a ver pañuelos de oncología. Febrero no tiene piedad  y nos brinda una tarde con un frío que corta, de esos que hace que te duela el pecho sólo con respirar hondo. Aun así,  los chicos nos acompañan y mientras peregrinamos  por el centro de Madrid, aprovechan que Antonio tiene un amigo en Radiolé  para  llevar  a los niños a visitar los estudios de la SER.
   Tras probarme varios modelos me decido por uno marrón que tiene una cinta de raso en el borde, con un estampado de flores. También he comprado uno liso, tipo turbante, para estar en casa y dormir. La señora que me atiende  me insiste en que  los de esa casa son los más cómodos y más calentitos.
-En cuanto te rapes vas a tener frio reina –me dice mientras me lo ajusta para que vea como me queda – aunque estés en casa, lo notarás enseguida. Y además, tú te tienes que ver bien todo el rato, es muy importante que te sientas guapa.
 Es curioso, pero me hace hasta ilusión, como cuando te compras una cazadora nueva, así que el poco pelo que me queda lo escondo dentro de una media transparente y me lo llevo puesto. Cuando bajamos a Gran Vía y  me ves, no dices nada. Sólo sonríes con ternura y me das un beso. Claudia está jugando con Izan y ni se da cuenta. Sara sí, no se le va una:
-Mamá ¿Por qué llevas ese pañuelo?
-¿¿Qué tal estoy?? ¿A que me queda bien?
Al final sonríe y se encoge de hombros. –Bueno, si a ti te gusta…. Estás muy guapa, pareces una morita.
   Cuando llegamos a casa Carol y yo nos las apañamos para quedarnos un rato  solas antes de prepararnos para la cena de esta noche. Yo lo estoy temiendo: el momento que más he querido evitar  desde que empecé la  quimio ya está aquí, sé que de esta noche no puede pasar y las mariposas de mi estómago se empeñan en recordármelo cada segundo.
-Ale, hay que hacerlo ya. Mientras antes lo hagas mejor vas a estar, no puedes seguir así, es una agonía –. Una vez más puede leer lo que me está pasando y me da el último empujón porque sabe que no me atrevo aún a dar el paso.
Al final coge la máquina, una silla, una toalla y me sienta delante del espejo. Yo me dejo hacer, sin decir nada, no puedo, no tengo fuerzas para resistirme más a lo inevitable.
-Venga, vamos allá
Cuando me quita el pañuelo en la coronilla solo se ve algo de pelusa, y por la nuca asoman los restos de lo que hace bien  poco era mi esplendorosa melena. Empieza a rapar  mientras, ahora sí, no paro de hablar en un  fallido intento por contener la emoción y por hacérselo más fácil a ella, a mí misma también.  Yo no he tenido valor, pero para eso está Carol, para darme fuerzas cuando no las tengo, a costa de quedarse ella sin las suyas aunque le tiemble la mano, aunque se le quiebre la voz al decirme que es mejor así, que me va  a crecer más fuerte, aunque se le pongan los ojillos rojos, brillantes y más pequeños como cada vez que está a punto de llorar.  
–Por aquí te has dejado un poco de pelo
–A ver si ahora te vas a poner tiquismiquis!!
        Nos da la risa tonta a las dos.
–No, no. No tengo ninguna queja.
–Más te vale. Ala! Ya estás lista.
–Uff!! Vaya tela!! Que pedazo de orejas que tengo!!
–Nada, te las metes por dentro del pañuelo. Y lo redondita que tienes la cabeza ¿qué?
Antes de que me dé cuenta coge el cepillo y el cogedor y deja el baño limpio de pelos. No soy capaz de decirle nada, quizás porque las palabras son demasiado pequeñas para describir lo que acabamos de vivir juntas, lo que acaba de hacer por mí. Las dos lo sabemos y no hace falta hablar.
–Venga, dúchate y ponte guapa. Nos vemos en casa de estos.
Siento alivio, me he quitado un enorme peso de encima y  me doy cuenta de que estoy contenta. Ya está hecho. Mientras la veo salir por la puerta, sé que no me va a decepcionar nunca, que siempre estará ahí pase lo que pase y esa certeza tan absoluta de repente me hace sentir fuerte, muy fuerte: éste cáncer no va a poder conmigo. No le pienso dejar, por ti, por nuestras hijas, por mis padres, por ella, por todos los que me quieren, porque precisamente porque les tengo a mi lado la vida es demasiado bonita como para rendirse y no seguir luchando con todas tus fuerzas.




lunes, 1 de septiembre de 2014

No es lo de menos

No lo puedo remediar, me estoy tocando el pelo todo el día y me voy quedando con puñados en las manos que luego tiro a la basura como quien se deshace de parte de sí misma.
Sara se queda alucinada cuando me ve desprenderme de un mechón enorme y con la inocencia  y la espontaneidad que sólo se tiene a los diez años pregunta sin cortarse:
-¡Haaaala!!! ¿¿Mamá ,por qué se te cae tanto el pelo?
- Porque me están dando una medicina muy fuerte cariño, para curarme, y  me sienta mal, tiene muchos efectos secundarios
- ¿Acaso tienes cáncer? –me dice abriendo mucho los ojos y sonriendo, como sorprendida de la deducción que ha hecho ella solita y sabiendo que yo me voy a quedar alucinada de lo mucho que sabe. – Porque los de mi clase dicen que Caillou tiene cáncer de mama , que por eso no tiene pelo.  
Paralizada  y sin poder reaccionar  salgo del paso como puedo:
-  Venga, termínate el cola cao y vete a jugar con tu hermana – le contesto sin poder mirarla a la cara. No lo hago  porque se va dar cuenta del miedo que hay en mis ojos . Aún no estoy preparada para esa conversación.
Sé que se lo tengo que explicar, ya tiene edad para saberlo. Y además, las dos saben que algo pasa. No es normal que mamá se pase la mitad de la semana sin poder hacer nada, encerrada en la habitación. Ni tampoco que venga su abuela casi todos los días a bañarlas y a darles la cena porque yo no tengo fuerzas.
 Hace meses que les digo que estoy malita, porque lo ven, ven mis gestos de dolor, y preguntan  preocupadas: “¿Mamá estás bien?”,” ¿Mamá qué te pasa?”. Les digo que estoy malita del riñón, y  hasta ahora parece que eso bastaba. Claudia me pregunta todos los días que cuándo me voy a curar. La tranquilizo diciéndole  que pronto, que los médicos me van a poner buena y su cerebrito parece procesar lo que escucha con gran alivio, porque automáticamente  sonríe y me abraza fuerte. Hasta que me vuelve a ver mal y me hace la misma pregunta, quizás porque necesita volver a oír la misma respuesta para asegurarse de que todo va bien, de que nada  va a alterar  su mundo.
Pero es cuestión de días que me vean sin pelo y ya no lo puedo retrasar más. Después de la sesión del miércoles la coronilla ya no me ha aguantado y está medio calva. Con un gorro de lana estoy hasta mona,  mi pelo largo asoma por debajo, pero arriba ya casi no queda nada y la estampa cuando me miro delante del espejo es penosa. Ayer decidí encargar la peluca, pero aún tardarán unos días en traerla, así que a ver cómo me las apaño hasta entonces porque no voy a estar todo el día y en todas partes con el gorro.
    Todo el mundo me repite lo mismo cuando me preguntan cómo lo llevo como si la gente se hubiera estudiado un manual de Frases de consuelo para enfermos con cáncer, Pienso: ¿Cómo quieres que lo lleve? Pues mira fatal, esto es una mierda, me quedo hecha una pena después de cada sesión y cuando empiezo a levantar cabeza me enchufan otra vez; no puedo más, sólo quiero que me dejen en paz.  Digo: “Bueno…. regular, supongo que es lo que toca, lo que más me está costando es ver cómo me voy quedando sin pelo”. Entonces llega, la frase-cliché dichosa que más escucho en los últimos días. “Bueno, lo del pelo es lo de menos, por eso no te preocupes, que luego vuelve a salir con más fuerza”. Claro, que nadie de los que me lo dice ha tenido que verse en esa situación.
     El caso es que les entiendo, es muy difícil saber qué decir a alguien que está enfermo, al que la quimio está dejando calvo y que está enfrentándose a la sombra cercana de una muerte prematura, no solo posible, sino probable. Pero por favor ¡¡¿Cómo va a ser lo de menos?!! Soy yo, es mi identidad, es parte de mí, mi pelo, mis pestañas, mis cejas…. Mirarme en el espejo y no reconocerme no es lo de menos. No saber cómo le vas a explicar a tus hijas que su madre está calva no es lo de menos.  No querer salir a la calle porque te ves fea no es lo de menos. No poder hacer el amor porque te da vergüenza que tu  pareja te vea así no es lo de menos. No poder dormir porque tienes miedo a encontrarte la almohada como el suelo de una peluquería no es lo de menos. No querer ducharte porque los mechones que se te caen a puñados se te van a enredar en los pies y se va a atascar el desagüe  no es lo de menos. Pensar que lo más probable es que nunca lo recuperes, que nunca vuelvas a estar guapa ni sexy no es lo de menos. Pensar que el día de tu muerte, en el tanatorio, todos te verán con el pañuelo en el ataúd y que vas a tener que decir que no quieres que te recuerden así, que prefieres que lo cierren y que pongan una foto tuya  grande en la que sales sonriendo, con tu melena, esa que te hicieron el año pasado en la escapada a  Aranda de Duero,  no es lo de menos. No poder decírselo a nadie de los que quieres para desahogarte porque les harías daño no es lo de menos.

Pero porque hay que ser fuerte, porque la actitud  hace mucho, es muy importante, porque hay que ser positiva, por todo eso, sonrío y contesto: “ya, eso dicen, que luego te sale más cantidad, y que te puede cambiar de rizado a liso, así que mira, aprovecho y voy cambiando de look, todo sea que no acabe con un afro como el de los Jackson Five”. La cara de alivio de mi interlocutor, agradecido porque mi comentario le haya quitado dramatismo al asunto, me sirve para convencerme, al menos por un  rato de que la cosa no es tan grave y de que toda esta pesadilla pasará. 

martes, 1 de abril de 2014

Lazos



A veces, y no con  mucha gente,  la vida se porta bien y te regala a personas como él. Tras sus ojos se intuye una inteligencia astuta que le hace destacar del resto. Siempre muy despierto, lo observa todo con la atención  propia de un niño ansioso por descubrir  lo que le rodea; también con  la sabiduría de un hombre maduro que le sabe sacar partido a cualquier situación, incluso a las más adversas.
Debatir con él, de lo que sea, siempre se convierte en algo intenso, por lo firme que es en sus convicciones, a veces tanto que raya la cabezonería. Pero se le perdona porque su firmeza no le impide ser respetuoso con los demás, por muy diferente que sea lo que defiende el otro. Cuando sale la política tira hacia la derecha en algunas cosas, pero su defensa de la justicia, su solidaridad con los demás, su ausencia de prejuicios y la tolerancia  que demuestra con sus palabras y sus actos son valores que no puede disimular,  de los que nunca presume, algo que muchos abanderados de la izquierda ya quisieran para sí mismos.  
Es muy difícil verle sin la sonrisa en la cara y más aún mantenerse inmune a la alegría que va desperdigando por ahí, como si le sobrara. Su sentido del humor pícaro ayuda mucho. También lo hacen sus ansias por sacarle el jugo a la vida y por compartirla con la gente que quiere. Todos los que tenemos la inmensa suerte de estar cerca de él  nos damos cuenta que compartir y hacer feliz a los demás, a los suyos, es lo que le hace feliz a él.
Es el que mantiene el grupo de amigos unido y el que siempre está buscando alguna excusa para reunirnos a todos y liarla. Ganso como ninguno,disfruta como un enano en  las  fiestas de disfraces. Lo mismo se viste de guardia civil, con su tricornio y todo, que se pone un traje de torero o se curra un disfraz de brócoli. Eso sí, siempre que puede bien ajustadito y metiéndose algo en el pantalón o, peor aún, en los leggins para marcar  paquete, que en eso y en lo de chinchar todo el rato (sobre todo a las chicas) parece un adolescente gamberro, de esos que van por ahí sueltos con las hormonas alteradas.
 No es que no sufra, claro que lo hace, como todos. La vida tampoco se ha cortado con él ni un pelo, también le ha dado su dosis de píldoras amargas. Pero nunca, jamás, le oirás quejarse de nada malo que le haya pasado. Y cuando está triste se esconde, sólo se refugia en su mujer. Sospecho que no es por timidez, que no es porque se lo quiera guardar para sí mismo. Sin darse cuenta, se aparta de nosotros cuando lo está pasando mal. Como si no quisiera molestar a nadie con sus problemas, como si pensara que no tiene nada bueno que aportar en esos momentos.
Todo se invierte cuando es uno de los suyos, uno de nosotros el que está en apuros, por muy graves que estos sean. Va donde haga falta si le necesitas. Y en los momentos más duros  nunca hay que llamarle, viene solo, aunque no le busques está ahí, aparece siempre, dispuesto a dejarse la piel por la gente que quiere.
 Si te descuidas, se puede pasar  meses maquinando cómo darte una sorpresa, moviendo Roma con Santiago sólo para conseguir que sonrías y que seas más feliz, aunque sea solo un ratito. Porque sabe que lo estás pasando mal, y que ese ratito te ayudará a estar un poco mejor.
 Cuando era pequeña solía soñar con tener un hermano. Me ponía triste al ver que otras niñas lo tenían y yo no. Ahora, si pudiera volver atrás y me dieran a elegir entre haber tenido un hermano o encontrarme en la vida con alguien como él, no lo dudaría: me quedo con la infinita suerte de ser su amiga. Porque si alguien me ha demostrado varias veces lo fuertes que pueden llegar a ser los lazos de la amistad, ese ha sido Antonio José Soriano Campomanes.

viernes, 28 de febrero de 2014

Puerta de Embarque



Con apenas dos sesiones ya se me está empezando a caer mucho el pelo. Aun así mi melena  resiste esplendorosa, muy estoica ella, sin querer despedirse  todavía. Mientras se pueda, Carol sigue peinándome como sólo ella sabe. No es por nada, pero me deja el pelo espectacular: ondulado, ni rizado ni liso, como esas modelos de la tele que parece que se levantaran de la cama  así de peinadas por la gracia del Dios Llongueras.
Hoy es uno de esos días en los que toca ponerse guapa: es víspera de reyes y hemos quedado todos para ir a la cabalgata y  cenar con los niños. No tengo muchas ganas la verdad, hace un frío que se mete en los huesos y el bajón emocional que siempre asoma después de navidades está al caer. Una vez más, como si tuviera una alarma que le salta cada vez que estoy más plof de lo habitual, aparece. Suena el WhatsApp en mi móvil.
Carol: “Me paso a peinarte ¿no? Dime a qué hora”.
Aleida: “Déjalo tía que estarás liada con los niños, ya me echo un poco de espuma y me apaño”
Carol: “Anda boba, para algo que puedo hacer por ti… les dejo la comida hecha a estos y ya está. En una hora estoy ahí”
Tras la cabalgata toca sesión de cañas antes de ir a cenar: todas nos sentamos juntas mientras los chicos se apartan  para  hablar de sus cosas. Nosotras estamos en pleno gabinete de crisis: hay que empezar a mirar pelucas ya, para estar preparada cuando llegue el momento. Yo me hago la remolona, en el fondo guardo la esperanza de que se haga el milagro y mi pelo resista. Pero las chicas insisten y me hacen abrir los ojos, siempre con mucho tacto eso sí, dejándome una vez más conmovida con lo pendiente que están de mí. Va ser verdad que me quieren mucho. 

 Vane ha mirado por internet varios sitios y me está pasando los enlaces. Así que después de mirar varias opciones, hemos quedado para el sábado, ella, Carol y yo. Bueno, eso, hasta que un par de días después  lo comento con Mamen y no duda en cambiar la excursión para la sierra que tenía planeada desde hace ni se sabe para acompañarnos.
Gema también se ha apuntado. Para ir de compras es la mejor, de lo que sea que se vaya a comprar.
-Pero, ¿con la peluca qué regaláis? – le suelta a la chica que me está probando una melena muy parecida a la mía. – Algún aceite  para cuidarla por lo menos, que para eso es pelo natural, y con el dineral que valen,  o eso o algún descuento, vamos es lo mínimo ¿no?
Cuando salimos de la tienda nos da la risa a todas: ha conseguido  una rebaja del 15% y un corte y peinado gratis. Que máquina.
A la tercera damos con la peluca más natural y la que está mejor de precio.
-Ale, no mires más, esta tía – me anima Vane.
-¿Tú crees?, no sé, me veo rara –rebato no muy convencida.
“Es tu tono” me dice Carol,  “ se parece mucho a  tu rizo”, añade Mamen. Ante mi silencio y la cara de poco entusiasmo que debo tener, Gema remata con su desparpajo habitual  “que sí amore, esa, que además es de pelo  natural y la Carolita te lo peina cada vez tú quieras cari, le puedes hasta echar espuma”.
Al final decido hacerles caso: le pido una tarjeta a la dueña y le digo que me apunte el modelo y el precio por detrás a modo de presupuesto.
-No te la encargo aún porque voy a esperar a ver cuántas sesiones más aguanto – le digo como excusa. –Además, no vaya a ser que al final no la necesite, igual con un poco de suerte el oncólogo decide parar antes de que se me caiga del todo. Pero vamos, que si al final la necesito te llamo unos días antes para que me la tengas lista.
 Ella me dedica una sonrisa llena de compresión. Quizás porque se ha dado cuenta de cómo se me  han ido los ojos hacia  la mujer, totalmente calva, que en la silla de al lado se está probando varios modelos.
Misión cumplida.  Las cinco salimos  de la tienda contentas, seguras de que entre todas hemos dado en el clavo. Mientras subimos por la calle Arenal hacia Sol empezamos a comentar si los últimos objetos sexuales adquiridos por internet responden a las expectativas creadas. Justo cuando estamos debatiendo sobre la intensidad de los orgasmos que se pueden conseguir con dichos artilugios pasamos por un puesto de testigos de Jehová que, a juzgar por la mirada que nos dirigen, se han enterado todo lo que decíamos. 
En ese momento, a traición, la mente me recuerda  que últimamente no paro de viajar.  Hace unos días fue en una estación de tren, y anoche estábamos todas juntas en el aeropuerto; me levanté para ir al baño y cuando volví a la cafetería donde estaban todas ellas  no podía entrar, la puerta no se abría. Desde fuera las veía hablando, riéndose, contentas como estamos siempre que nos juntamos, pero por más que aporreaba el cristal no me oían, me había vuelto invisible. Por megafonía anunciaban mi vuelo y las tuve que dejar allí mientras me dirigía, sola, a la puerta de embarque.
-Por cierto Ale –Carol me devuelve a la tierra. -Que me acabo de acordar: Antonio ya ha reservado  la casa rural de Asturias para Mayo.
- Todavía no me lo creo, trece años después vamos a volver. ¿Te acuerdas? Dijimos que algún día molaría ir otra vez, pero  ya  cuando tuviéramos niños, como si quedara muy lejos.
Las dos nos miramos, cómplices, con entusiasmo y nostalgia a la vez, maravillándonos con la idea de que fuéramos a cumplir ese deseo después de tanto tiempo. Cuando llegamos al parking de Jacinto Benavente para coger el coche  sonrío aliviada. Sé que lo que viene es duro, pero también que de momento,  y por mucho que  mi cerebro se empeñe en enseñarme lo contrario, por ahora no pienso embarcar sola a ningún sitio.



martes, 11 de febrero de 2014

Camino a Caños



Hoy es mi primera sesión de quimio. He llegado puntual, raro en mí. A las ocho ya estaba en el hospital de día. La enfermera más veterana nos llama uno a uno y cívicamente formamos una fila muy ordenada que ocupa toda la sala de espera de oncología. En mi mente se empiezan a suceder imágenes de ganado a punto de pasar al matadero. Quizás es porque aún me cuesta ver a la quimio como mi aliada, la percibo más bien como una enemiga que me va a meter en una guerra en la que no quiero entrar. Por aquello de los daños colaterales más que nada.
Tras echar un vistazo a los demás me doy cuenta de que soy la más joven. Todos tienen edad para ser mis padres; algunos incluso me recuerdan  a mi abuela. Me siento observada con la incómoda sensación de que me miran con pena. Creo que nunca me he encontrado tan fuera de lugar. No me toca estar aquí, pero por alguna razón que mi mente aún no alcanza a comprender el universo se ha empeñado.
Después de un tiempo esperando que se me hace eterno me enchufan al sillón 13 y aparece Marga. La forma en la que se dirige a sus compañeras, su soltura y la seguridad con la que trata a los pacientes me llevan a pensar que es la enfermera jefe. Calculo que será de la edad de mi madre; está teñida de rubia, lleva gafas y no es ni alta ni baja, ni delgada ni gorda. Lo que sí es una mujer con ángel, que diría mi padre, con mucho ángel.
-A ver bonita –se excusa mientras me da un folleto con todos los efectos secundarios a los que me voy a tener que enfrentar –que ya sé que el médico te lo habrá contado todo, pero yo te lo tengo que recordar. 
Con el tono propio del que te tiene que dar una noticia fatal, de esas que marcan, baja el timbre de su voz  hasta convertirla casi en un susurro para contarme, entre otras cosas, que tendré hormigueo en las manos, nauseas, vómitos y que me quedaré sin pelo. Normalmente suelo interactuar con la persona que tengo delante, pero hoy no me sale nada de los labios. Estoy muda, sólo la puedo mirar fijamente y debo estar llorando porque siento cómo me aprieta la mano fuerte mientras me acaricia la cara con ternura.
-No pasa nada  bonita, no pasa nada por venirte abajo, llora todo lo que te haga falta; eso sí, eso es para luego levantarte con más fuerza, que eres muy joven y tienes que luchar.
La verdad es que me ha venido bien desahogarme, me he quedado como nueva, más tranquila. Mi madre no para de ponerme la mano en la frente y de susurrarme palabras de apoyo. Sé que lo está pasando peor que yo.
-Tranquila mi amor, todo esto pasará, pasará y lo verás como un sueño malo. Mi niña, lo que daría por cambiarme por ti.
-Ya lo sé mama, ya lo sé.  
Lo sé porque el miedo se ha convertido en terror alguna vez que la mente me ha jugado la mala pasada de ponerme en su situación.
 Me ha costado, pero al final he conseguido convencerla para que me deje sola un rato, me quedan cuatro horas por delante y lo necesito.
Hace un día precioso en la playa: el sol, dándolo todo, se refleja en toda mi piel, y el aire, muy generoso hoy, es el justo para acariciarme la cara y el pelo sin que resulte incómodo. Tengo El Palmar para mi sola, así que me descalzo y echo a andar  mientras las olas van borrando las huellas que dejo en la arena y el ruido del mar lo acalla todo. A punto de llegar a Caños me paro donde nos bañamos desnudos hace unos años, aquel verano que no parábamos de hacer el amor con eso de que estábamos buscando a Claudia. Salimos del agua, exhaustos, felices, con el mundo a nuestros pies y nos tumbamos en la arena, queriéndonos como nunca, como siempre.
-No sé a quién de los dos nos tocará antes –te dije sonriendo y acariciándote los labios –pero si me toca a mí, quiero que cojas un barquito y tires mis cenizas justo aquí, en este punto.
Te reíste y me besaste.
-Vale, lo mismo te digo.  
Como si supieras donde estaba, en ese momento apareces por la puerta y te sientas a mi lado, abrazándome fuerte y sin soltarme la mano. Sé que lo estás intentando con todas tus fuerzas, quizás porque tus ojos van por libre y me cuentan el esfuerzo que estás haciendo por no derrumbarte cuando me ves conectada a la máquina.  
-¿Qué tal preciosa?
-Hola mi amor, acabo de llegar de darme una vuelta por El Palmar.
Te da la risa.
-¿Y qué? ¿has llegado a Caños?
- Casi, te estaba esperando. Me he parado un ratito en la zona nudista a tomar el sol.

Me besas y nos reímos, ahora los dos, acordándonos de aquel día tan nuestro, tan mágico. Marga se acerca, un poco cortada por interrumpirnos, pero dedicándome una mirada cómplice, de esas que sabemos intercambiar las mujeres, aunque nos acabemos de conocer.
-Bueno, esto ya está Aleida. Te quito la vía y te puedes ir a casa. Ahora ya sabes, a dejar que te cuiden mucho estos días.