El domingo pasado miles de personas -340.000 según
la policía, 1.4 millones según los organizadores – se echaron a la calle en París para intentar parar la ley que permitiría el matrimonio gay en
Francia. “Todos nacidos de un hombre y de una mujer” rezaba el eslogan de la
manifestación.
Ahora resulta que permitir que una pareja del mismo
sexo tenga los mismos derechos que una heterosexual va a cambiar las leyes
básicas de la biología.
Desde las filas de la manifestación se le pedía al
gobierno galo que se ocupara de la difícil situación económica y que “dejara en
paz a las familias”, alegando que permitir el matrimonio gay “cambiaría la
sociedad completamente al negar la paternidad y la filiación natural”.
Sí, hay que respetar a los que piensan de una forma
diferente. Hay que ser tolerante con los que ven el mundo desde otro prisma
distinto al propio. Pero sinceramente, no creo que se merezca respeto alguno el que no hace lo propio con los derechos
ajenos; el que niega un derecho básico como poder compartir tu vida con quien
quieras teniendo los mismos privilegios legales que todo hijo de vecino. Ah no,
perdón, cualquiera no, que estamos hablando de
homosexuales y no pueden criar y
educar a los hijos como Dios manda.
Hace un par de años, cuando tenía 7, mi hija me
preguntó qué era un “gay”. “Un chico al que le gustan otros chicos en vez de
las chicas” le respondí yo. “Ah”, me dijo mi niña. Y siguió comiendo sus
cereales como si nada. Ni un gesto de asombro, ni de rareza, ni nada que me
pudiera hacer sospechar que le pareciera
algo “anormal”, término que he oído a más de uno a la hora de referirse
a la homosexualidad, haciendo gala antes, eso sí, de su modernidad a la hora de
aceptar a la comunidad gay.
“No, si son muy majos. A mí me caen que te cagas,
pero no me irás a decir que eso es muy normal; lo normal es que un hombre esté
con una mujer. Para los niños no puede ser bueno eso de tener dos padres o dos
madres, pues menudo lío en la cabeza le vas a hacer a los críos”. Os suena ¿verdad?
Hace unas semanas mi hija me volvió a preguntar por
el tema:
-Mamá.¿Qué es
una lesbiana?
-Una chica a la que le gustan otras chicas en vez de
los chicos- le expliqué yo.
Dos años después de que me preguntara por los gays, volvió a reaccionar de la misma manera
cuando supo lo que significaba ser lesbiana. No se extrañó, ni puso cara de
asombro ni nada parecido. A lo mejor la
definición de lo que es o no normal es algo que nos inculca nuestro entorno más
próximo. Si a todos se nos enseñara que lo normal es respetar a los demás y
luchar porque la orientación sexual no sea motivo de discriminación, lo que parecería
una aberración es que una ciudad como París se eche a la calle contra una ley
que permita el matrimonio homosexual. A
mí desde luego eso no me parece muy normal. Seré un bicho raro.