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El Jardín, Joan Miró |
“Me pregunto qué se siente al ser adulto”. Una de
tantas frases con las que mi hija de 9 años me deleita día a día. Y ahí voy yo,
corriendo, cual gallo inflado de orgullo a ponerlo en mi muro de Facebook para compartir ese momento.
Acto seguido, mi niña me reprende –una vez más- por
estar trasteando con el iPad a la hora de la cena. No le gusta nada y me lo
hace saber, porque claro, si estoy metida
en cualquier red social, waseando o
navegando por la red en ese momento, no le hago mucho caso ni a ella ni a su
hermana en uno de los pocos ratos que tenemos para estar juntas.
“La vida sería mucho mejor sin tecnología” me dice
poniendo los ojos en blanco y suspirando. Es ahí cuando empiezo a menguar y a
ruborizarme ante la lección de saber estar que me da mi propia hija, 26 años
menor que yo. Para justificarme –aunque no tengo excusa – le cuento lo que
estoy haciendo, esperando que le haga ilusión y que así se le pase un poco la
decepción que tiene conmigo por no estar prestándole mucha atención. “¿Pues
sabes lo que hago con el iPad cariño? Estoy poniendo en Facebook la frase que me
acabas de decir”.
No reacciona como yo espero: contenta, ni dicendo “Qué
guay Máma, has hablado sobre mí en Facebook”. No, ni mucho menos. A cambio, me
vuelve a echar la bronca: “¡Mamaaaa!!! ¡¡¡Jolín, que yo tengo mi intimidad!!.
Intento explicarle que no pasa nada, que sólo he puesto lo que ha dicho porque estoy muy orgullosa de ella y
de muchas de las cosas que dice. “Son comentarios muy inteligentes para tu edad
Sara, por eso los comparto” le digo. “Ya Mama, pero es MI intimidad”, vuelve a
insistir. Así que bajo la cabeza y me rindo porque tiene toda la razón del
mundo. Mi niña me ha dado una lección. Y
eso me hace sentirme aún más orgullosa. Así que a partir de ahora, cada vez que vaya a
poner algo sobre ella en Facebook le pediré permiso. Se lo ha ganado con creces,
por recordarme que hay que respetar y proteger la intimidad de los demás. Sobre
todo la de los niños. Sobre todo la de nuestros hijos.
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