
“¡Ay Madre, que al final le he dicho que sí ¿¡ Qué he hecho?!” El pánico de repente se apoderó de ella.. “¿Y si no sale bien? ¿Y si al final nos gustamos mucho –porque a mí ya me gusta muchísimo - ¿y si me acabo enamorando?”.
Silvia no podía creer que al día siguiente fuera a cenar a casa de Mario. Hacía tres
meses que le conocía, desde que la contrataron en la revista. La
química fue instantánea, y poco a poco había ido creciendo. No sabría decir cuándo, pero llegó un momento en empezó a vestirse para él, a maquillarse con más cuidado para que
Mario la viera guapa, a mirar cada cinco minutos hacia la puerta cuándo se
acercaba su turno. Lola le había contado que perdió a su novia en un accidente
hacía año y medio.
-Y ¿Cómo lo lleva?- le preguntó Silvia a su compañera.
-Ahora un poco mejor – respondió Lola. –Pero al principio
pasó un infierno. Cogió una baja por depresión y luego parece que se refugió en
el trabajo. El caso es que de unas semanas para acá parece que vuelve a ser el
mismo, sobre todo cuando está contigo – le dijo guiñándole el ojo y dándole un
golpecito con el hombro.
-¡Anda ya!¡¿Qué dices?-contestó Silvia ruborizada.
A lo mejor era verdad
y no se lo estaba imaginando. Si Lola también se había dado cuenta, igual sí que
le gustaba un poco a Mario. Cada vez
había más señales. Y hace unos días, llegó la definitiva: hablando del japonés
nuevo que habían abierto en Chueca,
Mario se lanzó:
-Tienes que probar el sushi que hago. Soy una máquina.
Cuando te venga bien te vienes a casa y te lo demuestro. –le dijo
sonriendo.
- Ten cuidado que a lo mejor te digo que sí Mario. – ella
misma se sorprendió de la respuesta. “¿Qué estoy haciendo? Me voy a enganchar, me voy a enganchar a este
chico y no quiero, otra vez no”.
- El sábado a las 9 y media. No hagas planes, y no me digas
que ya tienes que sólo es martes. Te mando un Whatsapp compartiendo la
ubicación – fue muy rápido de reflejos.
-No sé. Es que le había dicho a una amiga que igual íbamos
al cine. – fue lo primero que se le vino a la cabeza. El miedo a lo que pudiera
pasar la estaba haciendo recular.
-Bueno, pues vais el domingo. Mira, hacemos una cosa: el
viernes me lo confirmas para que me dé tiempo a hacer la compra ¿vale? Ya me
dirás- concluyó Mario sacándola del atolladero.
Aquella semana se le hizo eterna a Silvia; no se atrevía a
dar el paso, pero por si acaso, el miércoles se fue a depilar, el jueves se
hizo las cejas, se compró un vestido nuevo y pidió cita en la peluquería para
el sábado por la tarde. El viernes a la
una de la noche, cuando se iba a meter en la cama y no le quedaban más
uñas que comerse le mandó el Whatsapp que lo cambiaría todo: “Vaale! Mañana a las 10 en tu casa, a ver si es verdad que el sushi
te sale tan bien como dices. Llevo el vino. Un besito”.
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