“No te puedes morir ahora, me harías una gran putada”.
Conmovida por
la confesión que Manel me hace medio en broma medio en serio, me río,
sorprendida al descubrir cómo la admiración entre mi terapeuta y yo es
mutua. No sé exactamente cuándo ha sucedido, pero en algún momento hemos
dejado de ser psicoanalista y paciente para pasar a ser amigos.
“No me digas… ¿Y eso? No sabía yo que te importara tanto”.
“No
hombre no, eso no me lo puedes hacer. Ya perdí a la paciente aquella
que te comenté después de tratarla tres años. Eso fue un golpe durísimo,
me costó mucho recuperarme; acuérdate que te dije que estuve dos años
sin tratar a nadie”.
Paula tenía 10 años cuando le diagnosticaron un
cáncer de pulmón. Los oncólogos, dado lo extendido que estaba y la edad
de la niña no le dieron ninguna esperanza a la madre. A los diez años el
pulmón está en pleno crecimiento, le dijeron, sólo podían darle
cuidados paliativos. Por supuesto, la madre no se rindió y recurrió a
todo tipo de tratamientos alternativos a la quimioterapia hasta que tres
años después los pulmones de su hija estaban limpios de todo tumor
maligno. El cosmos, el Karma, la mala suerte, el mal de ojo, o vete tú a
saber qué, quisieron que un año después la criatura cogiera una
neumonía que no pudo superar.
“Bueno, tranquilo…. Si me muero vendré
a verte. Sólo espero que no te dé por salir corriendo”. Hemos hablado
lo suficiente para saber que los dos creemos que después de la muerte
algunas almas se quedan una temporada por aquí, visibles a los ojos de
los que cuentan con sentidos lo suficientemente desarrollados como para
captar su presencia.
“No saldré corriendo, me pondré muy contento y te prepararé unas gambas”.
“Pero no podré comérmelas porque estaré muerta”.
“Sí
porque serán unas gambas mágicas…. Además ya podrás chupar las cabezas
sin preocuparte de si te estás comiendo todo el mercurio ni de si se te
va acidificar más la sangre”.
Tras las risas le vuelvo a insistir en
que creo que mi mayor enemigo no es el cáncer, sino yo misma. Algo que
llevo tiempo sospechando y que, después de varias sesiones él mismo me
confirma.
“Aleida, al Cáncer le tienes que tocar mucho los cojones.
Si no paras de tocarle los cojones, como estás haciendo ahora, se
acabará arrugando como una pasa y te dejará en paz. En el momento en que
bajes la guardia, en que bajes los brazos, te deprimas y empieces a
pasar de todo te va a comer”.
Le digo que lo sé, que estoy haciendo
todo lo humanamente posible para parar la metástasis: quimio,
hipertermia, macrobiótica, micoterapia, oligoterapia, hidroterapia,
inmunoterapia. Pero también le digo que todo eso no sirve de nada si en
el fondo no me lo creo, si no me quiero curar. Porque lo digo, lo
escribo, lo vuelvo a decir una y otra vez: “me quiero curar”, pero
siempre tengo la sensación de que lo hago con la boca pequeña, sin
sentirlo de verdad.
Mientras me escucha sonríe y afirma en silencio
con la cabeza, como quien está oyendo una historia que ya se sabe y por
cortesía no le cuenta el final a su interlocutor. Mis sospechas de que
Manel es uno de ellos, de los que sabe leer el alma de la gente con solo
mirarla, que capta las energías y lo que hay dentro de cada uno con una
clarividencia que asusta se confirman:
“¿Sabes lo que ví en cuanto
entraste por la puerta? Dije, `Hostia tú… Esta tía está totalmente
desconectada de todo y de todos, como si anduviera sola por el mundo,
como si sintiera que no tiene nadie aquí´. Me sorprendió cuando me
dijiste que tienes dos niñas, porque percibí una sensación de soledad
brutal.”
“Es que es así como me siento. Y no lo entiendo porque
tengo a tanta gente a mi alrededor que me quiere y que me lo demuestra
constantemente que es de locos. A veces pienso que todo es más fácil si
me voy. Es como si me diera pereza seguir viviendo. Ya no tendría dolor,
ni miedo, ni sentiría esa soledad que no me deja en paz".
“Claro
coño. Es que la vida son problemas y los problemas dan pereza. Si
estuvieras muerta no tendrías problemas con tu pareja, ni con tu madre,
ni con tus niñas”.
“Ni tendría que preocuparme de qué hacer con el
resto de mi vida”. Le interrumpo. ¿Te puedes creer que hace unos meses
cuando se estaba acabando el verano, cuando ya pensaba que el cáncer se
había terminado y se me había pasado la euforia… tuve la sensación de
que lo echaba de menos?"
Manel me mira con ojos sabios, de los que te
dicen que entienden perfectamente lo que le estoy contando.
Aun así
se lo aclaro, o más bien me lo aclaro a mí misma mientras se lo cuento a
él. “Al cáncer quiero decir, era como si mientras estaba enferma mi
propósito en la vida fuera luchar contra él y en ese momento, como
parecía que lo había logrado, me sentía vacía, como si nada de lo que
hiciera me llenase plenamente. Vamos, que estoy loca de atar”, concluyo.
“Lo que
estás es cansada y deprimida”, me corrige. “Muchos de los pacientes que
han pasado por aquí, cuando se han curado han cambiado de vida
radicalmente. Necesitas averiguar cuál es tu propósito, por qué estás tú
aquí”.
Visto así tiene cierto sentido. ¿Cuántas personas seguirían
con su vida tal cual si les dicen que les queda poco tiempo de vida?
Todos nos lo hemos planteado alguna vez, y al final todas las respuestas
se van hacia aquello que siempre hemos querido hacer y nunca hemos
hecho. Casi siempre hacia un camino muy distinto del que estamos
recorriendo en ese momento.
Mi amigo Jose tuvo un paciente de 38
años que lo dejó todo cuando le dijeron que apenas viviría unos meses
más. Dejó su estresante vida de pez gordo en una multinacional y se
dedicó a viajar, a recorrerse el mundo. A la vuelta estaba
milagrosamente recuperado y volvió a su vida de antes. Murió en apenas
un año.
Salgo de la consulta dándole vueltas. Me queda mucho trabajo
por delante y poco tiempo si no consigo pronto sentir que de verdad
quiero curarme. Eso es lo más difícil de todo, pero creo que poco a poco
voy haciendo progresos. Supongo que escribir todos los días, aunque sea
un poquito, es un buen síntoma.
Te echaba de menos. Un beso
ResponderEliminarGracias Sole por leerme. Besos
ResponderEliminarMe gusta leerte, me siento cerca de ti. No bajes la guardia y creetelo. Un beso y un abrazo muy fuerte.
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