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El Beso, Gustav Klimt |
Mario había cuidado cada detalle. El corazón no
paró de latirle con fuerza desde que entró por la puerta y el nudo en el
estómago no había forma de deshacerlo. Estaba llena de emoción, pero al mismo
tiempo muy cómoda. Él hacía que todo pareciera muy fácil, que dejarse llevar no
fuera un problema.
Después de su
separación con Daniel nunca pensó que volvería a sentirse así con nadie. -No me
hagas esto Dani, no me dejes- le rogaba los primeros días después de que él
confesara que ya no la quería. La noche que
le vio salir por la puerta con sus cosas supo que nunca iba a poder querer a nadie como le quería a él. Esa mañana lo
estaba empezando a dudar.
-
Buenos Días dormilona- le susurró Mario
al oído, haciéndole cosquillas una vez más.
-
Dormir, dormir, lo que se dice dormir no
he dormido mucho – contestó ella con una sonrisa cómplice.
Pasaron
la mañana en la cama; sólo se levantaron a la hora de comer para reponer fuerzas
con unos Kebap que habían pedido por teléfono. No iban a perder tiempo
cocinando ese día. Salió de casa de Mario a las 7 de la tarde, después de una
siesta, si cabía, más espectacular que la noche anterior. Volando entre las
nubes y esquivando algún edificio que otro llegó a su estudio de la Calle
Barbieri. Tenía una hora para arreglarse. Había quedado con las chicas que ya
la habían waseado varias veces
pidiéndole detalles. Abrió el grifo para que fuera saliendo el agua caliente.
Justo antes de meterse en la ducha la
imagen de una mujer de belleza hasta ese momento desconocida le devolvió la
mirada desde el otro lado del espejo.
-Si Silvia- se dijo sonriendo -esa eres tú.