martes, 1 de abril de 2014

Lazos



A veces, y no con  mucha gente,  la vida se porta bien y te regala a personas como él. Tras sus ojos se intuye una inteligencia astuta que le hace destacar del resto. Siempre muy despierto, lo observa todo con la atención  propia de un niño ansioso por descubrir  lo que le rodea; también con  la sabiduría de un hombre maduro que le sabe sacar partido a cualquier situación, incluso a las más adversas.
Debatir con él, de lo que sea, siempre se convierte en algo intenso, por lo firme que es en sus convicciones, a veces tanto que raya la cabezonería. Pero se le perdona porque su firmeza no le impide ser respetuoso con los demás, por muy diferente que sea lo que defiende el otro. Cuando sale la política tira hacia la derecha en algunas cosas, pero su defensa de la justicia, su solidaridad con los demás, su ausencia de prejuicios y la tolerancia  que demuestra con sus palabras y sus actos son valores que no puede disimular,  de los que nunca presume, algo que muchos abanderados de la izquierda ya quisieran para sí mismos.  
Es muy difícil verle sin la sonrisa en la cara y más aún mantenerse inmune a la alegría que va desperdigando por ahí, como si le sobrara. Su sentido del humor pícaro ayuda mucho. También lo hacen sus ansias por sacarle el jugo a la vida y por compartirla con la gente que quiere. Todos los que tenemos la inmensa suerte de estar cerca de él  nos damos cuenta que compartir y hacer feliz a los demás, a los suyos, es lo que le hace feliz a él.
Es el que mantiene el grupo de amigos unido y el que siempre está buscando alguna excusa para reunirnos a todos y liarla. Ganso como ninguno,disfruta como un enano en  las  fiestas de disfraces. Lo mismo se viste de guardia civil, con su tricornio y todo, que se pone un traje de torero o se curra un disfraz de brócoli. Eso sí, siempre que puede bien ajustadito y metiéndose algo en el pantalón o, peor aún, en los leggins para marcar  paquete, que en eso y en lo de chinchar todo el rato (sobre todo a las chicas) parece un adolescente gamberro, de esos que van por ahí sueltos con las hormonas alteradas.
 No es que no sufra, claro que lo hace, como todos. La vida tampoco se ha cortado con él ni un pelo, también le ha dado su dosis de píldoras amargas. Pero nunca, jamás, le oirás quejarse de nada malo que le haya pasado. Y cuando está triste se esconde, sólo se refugia en su mujer. Sospecho que no es por timidez, que no es porque se lo quiera guardar para sí mismo. Sin darse cuenta, se aparta de nosotros cuando lo está pasando mal. Como si no quisiera molestar a nadie con sus problemas, como si pensara que no tiene nada bueno que aportar en esos momentos.
Todo se invierte cuando es uno de los suyos, uno de nosotros el que está en apuros, por muy graves que estos sean. Va donde haga falta si le necesitas. Y en los momentos más duros  nunca hay que llamarle, viene solo, aunque no le busques está ahí, aparece siempre, dispuesto a dejarse la piel por la gente que quiere.
 Si te descuidas, se puede pasar  meses maquinando cómo darte una sorpresa, moviendo Roma con Santiago sólo para conseguir que sonrías y que seas más feliz, aunque sea solo un ratito. Porque sabe que lo estás pasando mal, y que ese ratito te ayudará a estar un poco mejor.
 Cuando era pequeña solía soñar con tener un hermano. Me ponía triste al ver que otras niñas lo tenían y yo no. Ahora, si pudiera volver atrás y me dieran a elegir entre haber tenido un hermano o encontrarme en la vida con alguien como él, no lo dudaría: me quedo con la infinita suerte de ser su amiga. Porque si alguien me ha demostrado varias veces lo fuertes que pueden llegar a ser los lazos de la amistad, ese ha sido Antonio José Soriano Campomanes.

viernes, 28 de febrero de 2014

Puerta de Embarque



Con apenas dos sesiones ya se me está empezando a caer mucho el pelo. Aun así mi melena  resiste esplendorosa, muy estoica ella, sin querer despedirse  todavía. Mientras se pueda, Carol sigue peinándome como sólo ella sabe. No es por nada, pero me deja el pelo espectacular: ondulado, ni rizado ni liso, como esas modelos de la tele que parece que se levantaran de la cama  así de peinadas por la gracia del Dios Llongueras.
Hoy es uno de esos días en los que toca ponerse guapa: es víspera de reyes y hemos quedado todos para ir a la cabalgata y  cenar con los niños. No tengo muchas ganas la verdad, hace un frío que se mete en los huesos y el bajón emocional que siempre asoma después de navidades está al caer. Una vez más, como si tuviera una alarma que le salta cada vez que estoy más plof de lo habitual, aparece. Suena el WhatsApp en mi móvil.
Carol: “Me paso a peinarte ¿no? Dime a qué hora”.
Aleida: “Déjalo tía que estarás liada con los niños, ya me echo un poco de espuma y me apaño”
Carol: “Anda boba, para algo que puedo hacer por ti… les dejo la comida hecha a estos y ya está. En una hora estoy ahí”
Tras la cabalgata toca sesión de cañas antes de ir a cenar: todas nos sentamos juntas mientras los chicos se apartan  para  hablar de sus cosas. Nosotras estamos en pleno gabinete de crisis: hay que empezar a mirar pelucas ya, para estar preparada cuando llegue el momento. Yo me hago la remolona, en el fondo guardo la esperanza de que se haga el milagro y mi pelo resista. Pero las chicas insisten y me hacen abrir los ojos, siempre con mucho tacto eso sí, dejándome una vez más conmovida con lo pendiente que están de mí. Va ser verdad que me quieren mucho. 

 Vane ha mirado por internet varios sitios y me está pasando los enlaces. Así que después de mirar varias opciones, hemos quedado para el sábado, ella, Carol y yo. Bueno, eso, hasta que un par de días después  lo comento con Mamen y no duda en cambiar la excursión para la sierra que tenía planeada desde hace ni se sabe para acompañarnos.
Gema también se ha apuntado. Para ir de compras es la mejor, de lo que sea que se vaya a comprar.
-Pero, ¿con la peluca qué regaláis? – le suelta a la chica que me está probando una melena muy parecida a la mía. – Algún aceite  para cuidarla por lo menos, que para eso es pelo natural, y con el dineral que valen,  o eso o algún descuento, vamos es lo mínimo ¿no?
Cuando salimos de la tienda nos da la risa a todas: ha conseguido  una rebaja del 15% y un corte y peinado gratis. Que máquina.
A la tercera damos con la peluca más natural y la que está mejor de precio.
-Ale, no mires más, esta tía – me anima Vane.
-¿Tú crees?, no sé, me veo rara –rebato no muy convencida.
“Es tu tono” me dice Carol,  “ se parece mucho a  tu rizo”, añade Mamen. Ante mi silencio y la cara de poco entusiasmo que debo tener, Gema remata con su desparpajo habitual  “que sí amore, esa, que además es de pelo  natural y la Carolita te lo peina cada vez tú quieras cari, le puedes hasta echar espuma”.
Al final decido hacerles caso: le pido una tarjeta a la dueña y le digo que me apunte el modelo y el precio por detrás a modo de presupuesto.
-No te la encargo aún porque voy a esperar a ver cuántas sesiones más aguanto – le digo como excusa. –Además, no vaya a ser que al final no la necesite, igual con un poco de suerte el oncólogo decide parar antes de que se me caiga del todo. Pero vamos, que si al final la necesito te llamo unos días antes para que me la tengas lista.
 Ella me dedica una sonrisa llena de compresión. Quizás porque se ha dado cuenta de cómo se me  han ido los ojos hacia  la mujer, totalmente calva, que en la silla de al lado se está probando varios modelos.
Misión cumplida.  Las cinco salimos  de la tienda contentas, seguras de que entre todas hemos dado en el clavo. Mientras subimos por la calle Arenal hacia Sol empezamos a comentar si los últimos objetos sexuales adquiridos por internet responden a las expectativas creadas. Justo cuando estamos debatiendo sobre la intensidad de los orgasmos que se pueden conseguir con dichos artilugios pasamos por un puesto de testigos de Jehová que, a juzgar por la mirada que nos dirigen, se han enterado todo lo que decíamos. 
En ese momento, a traición, la mente me recuerda  que últimamente no paro de viajar.  Hace unos días fue en una estación de tren, y anoche estábamos todas juntas en el aeropuerto; me levanté para ir al baño y cuando volví a la cafetería donde estaban todas ellas  no podía entrar, la puerta no se abría. Desde fuera las veía hablando, riéndose, contentas como estamos siempre que nos juntamos, pero por más que aporreaba el cristal no me oían, me había vuelto invisible. Por megafonía anunciaban mi vuelo y las tuve que dejar allí mientras me dirigía, sola, a la puerta de embarque.
-Por cierto Ale –Carol me devuelve a la tierra. -Que me acabo de acordar: Antonio ya ha reservado  la casa rural de Asturias para Mayo.
- Todavía no me lo creo, trece años después vamos a volver. ¿Te acuerdas? Dijimos que algún día molaría ir otra vez, pero  ya  cuando tuviéramos niños, como si quedara muy lejos.
Las dos nos miramos, cómplices, con entusiasmo y nostalgia a la vez, maravillándonos con la idea de que fuéramos a cumplir ese deseo después de tanto tiempo. Cuando llegamos al parking de Jacinto Benavente para coger el coche  sonrío aliviada. Sé que lo que viene es duro, pero también que de momento,  y por mucho que  mi cerebro se empeñe en enseñarme lo contrario, por ahora no pienso embarcar sola a ningún sitio.



martes, 11 de febrero de 2014

Camino a Caños



Hoy es mi primera sesión de quimio. He llegado puntual, raro en mí. A las ocho ya estaba en el hospital de día. La enfermera más veterana nos llama uno a uno y cívicamente formamos una fila muy ordenada que ocupa toda la sala de espera de oncología. En mi mente se empiezan a suceder imágenes de ganado a punto de pasar al matadero. Quizás es porque aún me cuesta ver a la quimio como mi aliada, la percibo más bien como una enemiga que me va a meter en una guerra en la que no quiero entrar. Por aquello de los daños colaterales más que nada.
Tras echar un vistazo a los demás me doy cuenta de que soy la más joven. Todos tienen edad para ser mis padres; algunos incluso me recuerdan  a mi abuela. Me siento observada con la incómoda sensación de que me miran con pena. Creo que nunca me he encontrado tan fuera de lugar. No me toca estar aquí, pero por alguna razón que mi mente aún no alcanza a comprender el universo se ha empeñado.
Después de un tiempo esperando que se me hace eterno me enchufan al sillón 13 y aparece Marga. La forma en la que se dirige a sus compañeras, su soltura y la seguridad con la que trata a los pacientes me llevan a pensar que es la enfermera jefe. Calculo que será de la edad de mi madre; está teñida de rubia, lleva gafas y no es ni alta ni baja, ni delgada ni gorda. Lo que sí es una mujer con ángel, que diría mi padre, con mucho ángel.
-A ver bonita –se excusa mientras me da un folleto con todos los efectos secundarios a los que me voy a tener que enfrentar –que ya sé que el médico te lo habrá contado todo, pero yo te lo tengo que recordar. 
Con el tono propio del que te tiene que dar una noticia fatal, de esas que marcan, baja el timbre de su voz  hasta convertirla casi en un susurro para contarme, entre otras cosas, que tendré hormigueo en las manos, nauseas, vómitos y que me quedaré sin pelo. Normalmente suelo interactuar con la persona que tengo delante, pero hoy no me sale nada de los labios. Estoy muda, sólo la puedo mirar fijamente y debo estar llorando porque siento cómo me aprieta la mano fuerte mientras me acaricia la cara con ternura.
-No pasa nada  bonita, no pasa nada por venirte abajo, llora todo lo que te haga falta; eso sí, eso es para luego levantarte con más fuerza, que eres muy joven y tienes que luchar.
La verdad es que me ha venido bien desahogarme, me he quedado como nueva, más tranquila. Mi madre no para de ponerme la mano en la frente y de susurrarme palabras de apoyo. Sé que lo está pasando peor que yo.
-Tranquila mi amor, todo esto pasará, pasará y lo verás como un sueño malo. Mi niña, lo que daría por cambiarme por ti.
-Ya lo sé mama, ya lo sé.  
Lo sé porque el miedo se ha convertido en terror alguna vez que la mente me ha jugado la mala pasada de ponerme en su situación.
 Me ha costado, pero al final he conseguido convencerla para que me deje sola un rato, me quedan cuatro horas por delante y lo necesito.
Hace un día precioso en la playa: el sol, dándolo todo, se refleja en toda mi piel, y el aire, muy generoso hoy, es el justo para acariciarme la cara y el pelo sin que resulte incómodo. Tengo El Palmar para mi sola, así que me descalzo y echo a andar  mientras las olas van borrando las huellas que dejo en la arena y el ruido del mar lo acalla todo. A punto de llegar a Caños me paro donde nos bañamos desnudos hace unos años, aquel verano que no parábamos de hacer el amor con eso de que estábamos buscando a Claudia. Salimos del agua, exhaustos, felices, con el mundo a nuestros pies y nos tumbamos en la arena, queriéndonos como nunca, como siempre.
-No sé a quién de los dos nos tocará antes –te dije sonriendo y acariciándote los labios –pero si me toca a mí, quiero que cojas un barquito y tires mis cenizas justo aquí, en este punto.
Te reíste y me besaste.
-Vale, lo mismo te digo.  
Como si supieras donde estaba, en ese momento apareces por la puerta y te sientas a mi lado, abrazándome fuerte y sin soltarme la mano. Sé que lo estás intentando con todas tus fuerzas, quizás porque tus ojos van por libre y me cuentan el esfuerzo que estás haciendo por no derrumbarte cuando me ves conectada a la máquina.  
-¿Qué tal preciosa?
-Hola mi amor, acabo de llegar de darme una vuelta por El Palmar.
Te da la risa.
-¿Y qué? ¿has llegado a Caños?
- Casi, te estaba esperando. Me he parado un ratito en la zona nudista a tomar el sol.

Me besas y nos reímos, ahora los dos, acordándonos de aquel día tan nuestro, tan mágico. Marga se acerca, un poco cortada por interrumpirnos, pero dedicándome una mirada cómplice, de esas que sabemos intercambiar las mujeres, aunque nos acabemos de conocer.
-Bueno, esto ya está Aleida. Te quito la vía y te puedes ir a casa. Ahora ya sabes, a dejar que te cuiden mucho estos días. 

Cuenta Atrás



El plan B no está funcionando. O eso es al menos lo que dicen mis análisis. Ya han pasado tres meses desde que decidí no darme la quimio, o lo que es lo mismo 90 días. Doce semanas de dieta estricta, terapia psicológica, ejercicios de relajación y sesiones de reflexología.  El caso es que más allá de los dolores que de vez en cuando se empeñan en no dejarme en paz, yo me encuentro como una rosa.
Hasta que voy a ver mi oncólogo y me da sin anestesia los resultados de las últimas: “Malas noticias Aleida: los marcadores tumorales se han triplicado, tienes el hígado peor  y un ganglio en la base del cuello. Además el cáncer se ha extendido a los ovarios. Ya sé que dices que te encuentras bien, pero el caso es que estás peor y no lo quieres reconocer. Esto ha venido a por ti y no va parar por sí solo. Si sigues sin hacer nada… yo no soy adivino… pero estaríamos hablando de un año como mucho. No tenemos más tiempo.  Así que te vas a tratar sí o sí: empezamos el día 19 de este mes”. Salgo de la consulta intentando encajar el golpe y, ante el estupor del médico, sin prometerle nada, salvo que me lo pensaré.
Desde que he empezado este camino es la primera vez que me encuentro en un túnel sin salida. Si me doy la quimio pasaré el tiempo que me queda hecha un trapo; si no me la doy, todo irá más rápido y los dolores cada vez irán a más sin dejarme hacer mi vida. Haga lo que haga estoy jodida.
Es curioso, pero la muerte, que ahora se hace más presente no es lo que más me angustia. Es la terrible sensación de soledad la que me pesa como una losa. Nunca he tenido tanto apoyo de toda mi gente como lo estoy teniendo  ahora  y sin embargo nunca me he sentido tan sola. Es como si estuviera atrapada dentro de una cueva oscura donde no hay nadie más.  Me da que tengo mucho trabajo por delante con la psicóloga.
Carol parece haberse dado  cuenta  exactamente de cómo me siento y ha venido a verme esta tarde. El primer whastapp que me ha entrado nada más salir del oncólogo ha sido el suyo. Da igual lo que me pase, siempre está ahí, pendiente; y nunca falla. Hay muchas cosas que sólo le puedo contar a ella, y aun así me corto porque le hago daño. No me lo dice pero sé que está muy asustada.
-¿Sabes lo que no paro de pensar? -le confieso después de ponerla al día-que yo no he perdido a nadie tía, salvo a mi abuelo cuando tenía 4 años, y sí, estábamos muy unidos y me quería mucho, pero apenas le recuerdo.  Nadie me va estar esperando cuando me muera, voy a estar más sola que la una, y muy perdida.
- ¿Estás tonta o qué? Ni se te ocurra pensar eso Ale….- me riñe mientras me pasa el brazo por el hombro.  – No puedes pensar en que te vas a morir pronto porque entonces lo único que vas a conseguir es adelantarlo. Además, todos, más tarde o más temprano nos vamos a ir. ¿Quién sabe a quién le va a tocar primero? Si te vas tú antes… ¡¡¡pues oye, nos vas calentando la casa a los demás!!
Casi sin darnos cuenta pasamos del drama a la comedia – Pues lo lleváis claro, ¡con lo bien que se me da a mí poner la chimenea! Acuérdate el año pasado, que gasté todas las pastillas esas que huelen a gasolina y no había manera de encender los troncos.
Entre risas nos pusimos a recordar la última escapada rural en la que una vez más constatamos lo poco hecha que estoy para el campo y lo bien que se me da contar historias de miedo; tanto que luego me tuvo que acompañar al baño porque era incapaz de ir sola.
-Eso sí – me advierte medio en broma medio en serio – si te vas tú antes que los demás, ni se te ocurra aparecerte como fantasma, que yo me cago tía.