Ha pasado un mes desde que me hicieron la biopsia y
ya empieza a normalizarse todo. Yo soy yo
y mi circunstancia que decía Ortega. Pues eso: yo soy yo y mi Adenocarcinoma.
Santi, bueno, el Dr. Beltrán me llama a los tres
días de que me dejaran el riñón como un colador: “Aleida, ya tenemos los
resultados, pásate cuando puedas por el hospital y te cuento”.
Y allí vamos, los dos juntos: yo muy tranquila, tú,
aunque te haces el fuerte, no tanto. “Bueno, ya sabíamos que el cáncer estaba
extendido y que los dos tumores más grandes tienen el mismo origen. Nos faltaba
ponerle nombre y apellidos para ver cómo lo podemos tratar”, me había dicho el
Doctor por Teléfono.
Os lo presento: se llama Adenocarcinoma Pancreatobiliar. Y resulta que para este ente no hay
cura. Al menos no hay un tratamiento que la medicina me pueda ofrecer que me vaya a curar. Eso sí, ya no me van a quitar el riñón. La cirugía no
es una opción porque no serviría de nada. Y ¿Qué me ofrece la medicina? Cinco años en el mejor de los casos, o para
ser más exacta: “en el muy, muy, muy mejor de los casos” según el oncólogo. Eso
sí, sometiéndome a una quimioterapia que me va a dejar hecha un guiñapo. “A
ver, eres muy joven, y por ello el cáncer tiene más fuerza. La quimio es por
ende más agresiva. Tampoco te creas que es algo muy exagerado, lo normal: perderás
peso, te quedarás sin pelo, vómitos ,diarreas, naúseas, hormigueo, posibles
infecciones, bajada de defensas….”.
Cuando le pregunto en qué estadísticas se mueven, la
cosa no mejora. Por lo visto sólo dos de
cada diez pacientes con adenocarcinoma pancreatobiliar sobreviven cinco años
con la quimio. A partir del quinto año salen de las estadísticas porque dan por
hecho que ya no mueren de eso. “Eso no
quiere decir que se curen Aleida”, me insiste el oncólogo. No vaya a ser que me
haga ilusiones.
Ocho de cada diez no lo consigue: algunos
duran dos años, otros uno, muchos incluso apenas aguantan meses.
“Doctor”, le digo, perdone que sea tan franca
“Ustedes me están dando a elegir entre morir de cáncer o morir de quimio”.
Silencio. Esa es la única respuesta que me da. Silencio y una mirada que lo
dice todo. “Si tengo que elegir, prefiero al cáncer que al menos es algo que
está generando mi cuerpo y no un veneno que me van a introducir por vía intravenosa cada quince días”. Me comprende y me dice que me lo piense, que
aunque ahora esté bien, lo previsible es que en breve no lo esté tanto.
Salgo aliviada de la consulta: muy aliviada.
Prácticamente me han desahuciado y por lo tanto ya no tengo que plantearme si
darme o no quimio. Sencillamente ya no
es una opción. Así que nada, habrá que trazar un plan B. Ya lo pensaré porque
me guste o no voy a tener que cambiar mi
vida: mi cuerpo me lo está pidiendo a gritos. Tanto que ha creado un Adenocarcinoma para ver si así
le hacía caso de una vez. Así, como quien no quiere la cosa.
Te has portado como un campeón. Salimos del hospital
tranquilos y con paso firme. Callados, porque no hace falta decirnos nada.
Nosotros, que siempre lo hablamos todo, ahora estamos callados. Me aprietas la
mano tan fuerte que me duele, pero no te suelto. Al subir al coche me paro un momento y antes
de arrancar te miro, y te digo mientras te acaricio la cara: “Vamos, ya me
pueden decir lo que quieran nene; serán médicos y todo lo que tú quieras, pero yo me voy a curar sí o sí”. Sonríes y me besas
antes de susurrarme “no le he dudado ni un momento mi amor”.
Y en ese momento lo sé: todo va a salir bien. No va
a ser fácil, pero va a salir bien.
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